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Sobre principios de traducción por Edesio Sanchez

Introducción

Edesio Sánchez Cetina

En el libro de Hechos de los Apóstoles (8.30) se lee lo siguiente: “¿Entiende usted lo que está leyendo?”, y en Nehemías 8.12 se informa: “organizaron una gran fiesta para celebrar que habían entendido la lectura del libro de la Ley. Todos fueron invitados a la fiesta, y comieron y bebieron con alegría.” Ambos textos orientan la lectura de la Biblia hacia el punto de “entender”. Y esto es precisamente el objetivo principal de la tarea de la traducción de la Biblia: ¡que se entienda! Sin embargo, no deja de llamar la atención que todavía hoy mucha gente—pastores y laicos—cree que la Biblia, en primer lugar, fue dictada por Dios y escrita “de una sentada” y, en segundo lugar, que por ser un libro sagrado tiene por característica esencial la dificultad de entenderlo. Se cuenta de un predicador que comentó: “La Biblia es sin duda un libro difícil, si así no fuera, entonces no sería la Palabra de Dios que viene del cielo”.

Quizá esto último explique por qué hasta el día de hoy haya una importante cantidad de cristianos—académicos o no—que consideren que la expresión de máxima fidelidad al texto bíblico y a su mensaje sea el tipo de traducción más bien formal o literal. Para esta este grupo de personas, la fidelidad descansa no en que se “entienda bien” la Biblia, sino si la traducción reproduce en forma más o menos fiel los vocablos y gramática del idioma fuente en el idioma receptor. De alguna manera consideran que son las palabras y las estructuras gramaticales del idioma fuente los que llevan el mensaje genuino y no la comprensión y claridad del mensaje que esas palabras y esas estructuras gramaticales intentan comunicar. En otras palabras, se inclinan por una traducción basada en el léxico y la gramática del “original” y no en el significado o mensaje del texto bíblico.

Lo dicho en el párrafo interior nos mete de inmediato en lo que en las Sociedades Bíblicas Unidas hemos llamado “principios de traducción”. Frente a una traducción de la Biblia o versión, lo primero que nos viene a la mente—me refiero a los que formamos el equipo de consultores—es qué tipo de traducción es, qué principio de traducción se siguió. Estos principios prácticamente se reducen a dos: (1) la traducción por equivalencia formal y (2) la traducción por equivalencia funcional o dinámica; las traducciones basadas en el significado. Del primer tipo de traducción no nos vamos a detener, pues ya otro capítulo del presente material se ha dedicado a ese tema. En lo que sigue nos concentraremos a mirar y definir los que llamamos “traducción basada en el significado”.

¿Qué es una traducción basada en el significado?

Es la traducción o transformación de un idioma a otro en el que el mensaje del texto traducido se entiende de manera más o menos completa en el idioma receptor. El siguiente esquema o cuadro nos ayudará a entender la oración anterior:

Este triángulo representa los tres niveles más importantes que componen una lengua: (1) El superficial (el nivel que ven nuestros ojos o escuchan nuestros oídos sin presentar atención a lo que tal palabra o expresión significa), es decir, el nivel de los signos tanto escritos como orales. (2) El intermedio o nivel léxico y estructuras gramaticales. (3) El más profundo o nivel de significado. Cuando se conoce el idioma, por ejemplo, el portugués, el hablante nativo ni siquiera se pone a pensar en esos tres niveles; simplemente lee un texto o escucha el habla de alguna persona y capta de manera inmediata el mensaje. Pero qué pasa cuando quien lee o escucha no tiene al portugués como su idioma materno y no lo conoce a profundidad o no lo conoce del todo. Los signos que lee o escucha no los capta o entiende como lo hace un nativo del idioma. Es precisamente aquí donde se requiere de una traducción, por ejemplo, del portugués al inglés o al español.

El hecho de necesitarse una traducción indica que cada idioma tiene sus características lingüísticas peculiares que podemos representar así:

El idioma “A” (representado por el cuadrado) debe traducirse o transformarse de tal manera que lo entiendan los hablantes del idioma “B” (representado por el círculo). El contenido del “idioma cuadrado” debe trasladarse al “idioma redondo” sin rebosarse ni dejar vacío ningún espacio del otro. Para ello, siguiente la analogía de los cuerpos geométricos, es necesario respetar las características de cada uno de los idiomas: el fuente y el receptor. Consideremos el siguiente diagrama para ver cómo funcionan los idiomas en cada uno de los tres niveles:

Las líneas punteadas indican la amplitud con la que cada nivel refleja la integridad o totalidad de comprensión o fidelidad en la traducción de un idioma a otro. Empecemos con el primer nivel, el de la superficie que representa a las grafías o sonidos. Las líneas punteadas de este nivel indican que no hay conexión entre el idioma “A” y el idioma “B”. Es decir, no hay comunicación de sentido o significado alguno. El receptor no sabe qué dice quien usa el idioma “A” para comunicarse por desconocer el idioma. Veamos el siguiente ejemplo:

Aquí tenemos un texto bíblico en hebreo. Quien desconozca el hebreo no sabrá del todo qué significa lo que está escrito—se debe tomar en cuenta que el hebreo se lee de derecha a izquierda, por ello está sesgado al lado derecho de la página. El problema sigue aún si se transcribe el texto con grafía romana—la de nuestros idiomas occidentales:

‘ashrei ha ‘ish ‘asher lo’ halak baʽetzat reshayim
Ubederek jata’im lo’ ʽamad ubemoshab letzim lo’ yashab

El segundo nivel, es decir el medio, de acuerdo con las líneas punteadas tiene un poco más de espacio de relación semántica, es decir, de significado que el nivel superficial. Este segundo nivel, en la traducción, permite cierto grado de comprensión del mensaje. En un buen número de casos se entendería bien, pero no en otros. Veamos el ejemplo de Santiago 1.27:

Si alguno piensa religioso ser no poniendo freno a la lengua de sí mismo sino engañando corazón de él mismo de este vana la religión. Religión pura y sin tacha ante el Dios y Padre esta es visitar huérfanos y viudas en la aflicción de ellos sin mancha a sí mismo guarda desde el mundo.

Quien habla español entiende, con cierto esfuerzo, entender el mensaje de este texto; sin embargo, pronto concluirá que esta traducción no refleja el castellano hablando y leído en nuestros días. La explicación es muy sencilla; esta traducción sigue de manera literal cada palabra que se encuentra en el texto griego de Santiago, así como el orden sintáctico del idioma. Se entiende, sí, pero parcialmente; y eso es precisamente lo que pasa con muchas de las traducciones formales o casi literales. La traducción castellana o portuguesa no se escucha o lee con naturalidad porque, aunque está “traducido”, la traducción no se ajusta a las reglas lingüísticas y gramaticales del español, sino del griego. La situación se pone más difícil cuando se trata de la traducción de expresiones idiomáticas. De muchos es conocida la expresión que aparece al final de Romanos 12.20: “ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Esta es una traducción literal del griego, y el lector o escucha entiende, si no todas, la mayoría de las palabras castellanas. Pero a menos que ya esté informado del significado de la expresión, no sabrá qué realmente significa. Se tiene que recurrir a una traducción basada en el significado para entender esa expresión: “Así harás que le arda la cara de vergüenza” (TLA). Veamos otro ejemplo. En este caso se considera una expresión superlativa en hebreo. En un buen número de casos en el texto hebreo, aparece un sustantivo acompañado de la expresión “de dios” no tanto para referirse al posesivo, sino al superlativo: “una ciudad grande de dios” (Jon 3:3, trad. literal). El problema estriba en el hecho de que la traducción literal no considera que se está frente a un superlativo del hebreo; solo una traducción basada en el significado, al saber que esta es una expresión superlativa en hebreo, hace la transformación del sentido, pero respetando la forma superlativa propia del castellano: “una ciudad grande en extremo” (RV60) o “una ciudad enorme”

Estos dos últimos ejemplos nos meten de lleno al tercer nivel de nuestro diagrama. En este caso, las líneas punteadas cubren toda la extensión del nivel titulado “significado”. Es aquí donde de manera integral y completa se logra la fidelidad al mensaje del texto fuente y se abre el camino hacia el uso natural de las características lingüísticas del idioma receptor; es decir, cuando a partir de la comprensión del significado que se quiere comunicar, este sentido o significado se vuelca al idioma receptor respetando sus propias características y sin forzarlo para que reproduzca las del idioma fuente.

Vuelva a ver el último diagrama, y tome nota de la línea continua alrededor con flechas. La dirección que siguen las fechas lleva de la superficie del idioma “A” pasando por el nivel intermedio, hasta llegar al más profundo, el del significado. A partir de aquí, de haber comprendido el mensaje del texto fuente, las flechas llevan, en sentido inverso, del significado al nivel intermedio, es decir, el de los vocablos y estructuras gramaticales de acuerdo con las características lingüísticas del idioma receptor. Finalmente, en el nivel de superficie, la traducción termina expresándose con la grafía o sonidos propios del idioma receptor, “B”. Cuando se sigue este proceso de manera correcta, la traducción logra un buen balance entre fidelidad y naturalidad: se expresa el mensaje del texto fuente, pero en la forma más natural y adecuada del idioma receptor.

Hasta aquí, hemos llegado a la explicación tradicional de lo que es una buena traducción, a la que se le ha denominado “traducción por equivalencia funcional o dinámica”. Sin embargo, las ciencias de la lingüística y traductología, en su avance moderno, nos ha insistido en considerar otros elementos que en la década de los sesentas y setentas no habíamos considerado en las traducciones bíblicas.

¿Qué hemos aprendido a considera ahora?
En primer lugar, el enriquecimiento que la literatura le da a la apreciación lingüística moderna. La importancia de agregar la estilística a la lingüística, como apuntaba en su libro Traducción bíblica: lingüística y estilística (Ediciones Cristiandad, 1977) Luis Alonso Schökel. Para poder hacer una buena traducción, en la que la fidelidad al mensaje y la expresión natural del idioma receptor se mantengan balanceadas, es necesario considerar los géneros, formas y expresiones literarias en ambos idiomas. El traductor deberá estar familiarizado con la literatura bíblica en toda su expresión y, a la vez, con el acerbo literario de su propio idioma. En la propuesta de Alonso Schökel, los proverbios bíblicos al ser traducidos al español deberán tener el “sabor” y características de los refranes o dichos castellanos. Considérese la traducción literal de Proverbios 16:1 que hace la Reina-Valera-60 (RV60):

Del hombre son las disposiciones del corazón;

Mas de Jehová es la respuesta de la lengua.

Obviamente el mensaje se entiende, con cierto esfuerzo de parte de algunos; sin embargo, el lenguaje y la ausencia del elemento estilístico no permiten que se aprecie el texto como refrán o dicho. La Traducción en Lenguaje Actual (TLA) se acerca mucho más al sabor refranero propio del castellano:

El hombre propone

y Dios dispone

De hecho, este es un refrán que a menudo se cita en los países latinoamericanos. Si el traductor trabaja con un texto como Cantar de Cantares, su traducción no solo debe verter con claridad el mensaje del idioma fuente, sino también lograr comunicar el mensaje con sabor a poesía romántica; en el caso del castellano, en la tradición de la poesía amorosa española tan conocida y estudiada en nuestro medio. En el libro de Alonso Schökel, antes mencionado, el autor ofrece una buena cantidad de paralelos entre los temas y giros literarios del hebreo y del castellano (127-160). Sobre este punto, más de una vez hemos escuchado a nuestro colega Guillermo Mitchell hablar del excelente logro del equipo de traducción quechua en su traducción de Cantares, al emular la poesía amorosa de la cultura andina.

¡Si la Biblia, en sus originales, es una joya literaria! ¡También lo habrán de ser las traducciones!

En segundo lugar, junto con el asunto literario, la lingüística moderna nos ha enseñado a considerar que el sentido o significado se adquiere—aún en las unidades lingüísticas menores—solo cuando se considera la unidad de discurso completa; lo que también se conoce como pericope o pasaje. En realidad, si algo nos ha enseñado a través de las décadas que ha existido la lingüística como ciencia moderna es que el sentido lo dan las unidades semánticas mayores. Así aprendió que el significado no está en las entidades o unidades léxicas—palabras—, sino en su uso en contexto: oración, párrafo, sección, unidad de discurso. De hecho, el traductor—en más de un caso—no deberá sentirse tranquilo al colocar un término o palabra para traducir uno del idioma fuente, hasta no estar seguro de su uso en el contexto total del discurso o pasaje. Términos hebreos como jésed, nephesh, ruaj, adam, adquieren su verdadero sentido cuando se miran y definen en el contexto amplio del pasaje o unidad de discurso. Por ello, también es importante considerar con qué clase de discurso o pasaje estamos trabajando—me refiero a los géneros y formas literarias—, y qué figuras de dicción ha usado el autor.

Por otro lado, cuando se toma en cuenta el discurso completo, al traductor o analista se le hace más difícil dejar fuera elementos o componentes que no solo juegan un papel importante en la sintaxis de una oración o párrafo, sino de toda la perícope. Este punto es muy importante de considerar, porque a menudo, cuando trabajo con una versión que ha seguido el principio de traducción por equivalencia funcional o dinámica (el caso de la DHH), me doy cuenta que si bien se ha hecho todo lo posible por hacerla fácil de entender, se han dejado afuera elementos clave para la comprensión total del pasaje. Entre varios ejemplos que he estudiado, cito el de Deuteronomio 9.9—10.11. Esta unidad de discurso marca su estructura temática a partir de la repetición de la fórmula “cuarenta días y cuarenta noches” (9.9, 11, 18, 25; 10.10). Al estudiar el texto completo, descubro que cada vez que aparece esa fórmula, Moisés realiza diferentes actos relacionados con su tarea de ser mediador entre YHVH y el pueblo: En el primer caso (9.9), Moisés recibe las piedras de la ley; en el segundo caso (9.11), Moisés se refiere a la idolatría del pueblo; en el tercer y cuarto casos (9.18, 25), Moisés intercede por el pueblo; sin embargo, mientras que en el tercer caso, se hace énfasis en la penitencia de Moisés y la destrucción del objeto idolátrico, en el cuarto, se habla de la reputación de Dios y de la escritura de las nuevas tablas; el quinto caso (10.10) presenta un resumen de las cuatro divisiones anteriores y presenta la orden de ir a tomar posesión de la Tierra prometida. Tomando como base este estudio, me conclusión es que cuando se haga la traducción del pasaje, el traductor debe marcar las cinco divisiones, citando la fórmula e iniciando un nuevo párrafo cada vez que aparece la cita. De esta manera se le ayuda al lector a comprender de entrada la estructura de la unidad de discurso y a descubrir los elementos temáticos que componen el pasaje.

En tercer lugar, para lograr reflejar de manera más completa e integral el contexto literario y lingüístico, el traductor—que de alguna manera se convierte en crítico literario—, también debe de considerar la oralidad y auralidad del pasaje que traduce. La mayor parte de lo que hoy llamamos Biblia fue transmitido por siglos de manera oral. El texto que ahora leemos y estudiamos fue primeramente oral y no escrito. Por ello, es necesario considerar esa cualidad o característica oral del texto así como de su “auralidad”, es decir, de cómo se escucha. Cuando se considera este elemento, la traducción se enriquece, no solo por tomar en serio el aspecto estilístico, sino también el mismo formato del texto impreso. La Biblia impresa que le llegue a la mano al público lector debe allanarle el camino, de tal manera que con el solo hecho de abrirla y mirarla descubra o concluya que está frente a una poesía o a un relato, diálogo, sermón, etc.

Además, la consideración de lo oral y lo aural, obligará al traductor a considerar y reflejar en su traducción las inflexiones de la voz, los tonos, el ambiente y contexto anímico de lo que se comunica, etc. Esto, obviamente, no mete al campo de la comunicación paralingüística: los gestos, la postura del cuerpo, la personalidad del hablante y del escucha, etc. Es decir, el traductor deberá tomar en cuenta todo cuanto sea posible para lograr una comunicación del mensaje en toda su dimensión, sin perder de vista el contexto donde la comunicación se dio. El logro de esto demanda acercarse al texto bíblico de manera activa. El traductor necesita “ver”, “escuchar”, “palpar”, “oler”, “gustar” o “paladear” el mundo que le presenta el texto. A partir de este logro, el traductor hará todo lo posible por verter esa “misma experiencia comunicativa” en el idioma receptor.

El mundo del texto es más amplio que lo que hasta ahora hemos considerado. La sociología, la antropología cultural, la etnografía, entre otras ciencias, nos han obligado a considerar un contexto más extenso que lo que las antiguas traducciones tomaron en cuenta. Tanto la lectura social de la Biblia como la consideración del contexto cultural del mundo bíblico han sido de enorme ayuda para matizar y afinar mejor la traducción de algunos giros, palabras y textos. Tomemos el caso de Josué capítulo dos y los varios elementos que ahora tomamos en consideración con la ayuda de la sociología: (1) El título de la unidad. La mayor parte de las versiones de la Biblia que conozco ponen como título de la unidad “Josué envía espías a Jericó” o algo similar (véanse las siguientes versiones: RV60, DHH, LPD); solo unas cuantas hacen lo que puesto la TLA: “Rahab y los espías” (NVI. LAT). La lectura del capítulo completo no deja otra opción que considerar que más que Josué, Rahab es la protagonista del relato, seguida por los espías. (2) La traducción de la palabra hebrea yoshbei que normalmente se escrito como “moradores”. ¿Se está refiriendo Rahab realmente a los habitantes de todo el país, tan solo de los que viven en Jericó? Por lo que la nueva arqueología nos ha enseñado de las ciudades amuralladas de la época bíblica, en Jericó vivían sin duda los de la élite nacional: reyes, generales y sumos sacerdotes; es decir, los dueños de las tierras y quienes ejercían el poder sobre los demás. La lectura social y la arqueología nos sugieren que una mejor traducción para esa palabra es “gobernantes”. El pueblo común y corriente, que vive al margen de las ciudades protegidas, no se arredra con la llegada del pueblo de YHVH, sino que lo celebra. Los que tiemblan son los poderosos. (3) La comprensión del por qué Rahab vivía en la muralla. En la tarea de una traducción basada en el significado, las notas a pie de página y otras ayudas para el lector sirven para colocar en contexto al lector contemporáneo que no conoce el mundo bíblico antiguo. El lector de este texto debe de saber que en la sociedad del Antiguo Cercano Oriente—el tipo de población y asentamientos que encontraron los que procedían de Egipto—había tres tipos de clases sociales: la élite que detentaba el poder (los que vivían protegidos por las grandes murallas), los campesinos (que vivían en las pequeñas aldeas desprotegidas) y un grupo reducido, pero importante, de gente que vivía muy cerca de la clase alta, pero marginada (como el caso de Rahab que vivía encima de la muralla, pero no dentro de la ciudad). Este grupo ofrecía ciertos “bienes” o “servicios” a la clase adinerada, pero que no eran bien vistos o aceptados en el pleno de la sociedad: prostitutas, talabarteros, peluqueros, carniceros y bufones. Los tenían cerca, pero no con ellos—“juntos pero no revueltos”. Esto explica por qué Rahab, al igual que los campesinos, no era parte de los que “temblaban de miedo”, sino que en el fondo apreciaba lo que Josué y su gente planeaban respecto de Jericó.

La traducción de la Biblia también debe considerar, en los casos que lo ameriten—sobre todo en relatos y enseñanzas de Jesús—a los estudios de antropología cultural del mundo del Mediterráneo oriental. En la actualidad abunda el material bibliográfico al respecto, especialmente de Bruce J. Malina—El mundo del Nuevo Testamento (Verbo Divino, 1995), El mundo social de Jesús y los evangelios (Sal Terrae, 2002). Tomemos como ejemplo Mateo 5.13. La RV60, en una traducción bastante literal dice:

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser
echada fuera y hollada por los hombres.

Casi toda la gente, tanto doctos como poco letrados, considera que la palabra “sal” se refiere a la sal común, de mesa (cloruro de sodio), y que la palabra “tierra” se refiere al globo terráqueo, a nuestro planeta, concretamente a sus habitantes—¡Cuántas predicaciones y estudios bíblicos no he escuchado desde esta perspectiva! Sin embargo, de acuerdo con los estudios más recientes en el área de antropología cultural y etnoarqueología, “sal” no significa, en este texto, sal de mesa, sino un químico que se usaba en la época bíblica tanto como fertilizante, como material catalítico para la combustión. Cuando este químico se menciona junto a la palabra “tierra”, este término no se refiere al planeta tierra y sus habitantes, sino al horno de barro, muy común en las aldeas del tiempo de Jesús. Si consideramos como válida esta explicación, entonces, la traducción de Mateo 5:13 no debe comunicar el sentido tradición al que me he referido, sino al químico que se colocaba en el piso del horno para mantener estable el calor, y también se mezclaba con el estiércol de burros y camellos para hacer pelotas que se secaban al sol, para luego ser usadas como combustible para el horno. El ser “sal de la tierra” en la enseñanza de Jesús se orientaba más a la capacidad de los cristianos de mantener viva la llama del evangelio, más que considerar al evangelio a partir de las características de la sal de mesa. La traducción ofrecida por la TLA sigue la sugerencia de las conclusiones ofrecidas por la antropología cultural y la etnoarqueología:

Ustedes son como la sal que se pone en el horno de barro para aumentar su calor. Si la sal pierde esa capacidad, ya no sirve para nada, sino para que la tiren a la calle y la gente la pisotee

Del mismo modo, estas dos ciencias nos han ayudado a comprender que no hubo tal establo para el nacimiento de Jesús, ni tampoco un desconsiderado “mesonero” en Lucas 2.6-8. Lo que algunas versiones como la Dios Habla Hoy (DHH) llaman “establo” no es otra cosa que la parte inferior en la casa común de las aldeas en Palestina—lugar donde pernoctaban los pocos animales domésticos—, y el “mesón” no es un “hotel” o “posada” en Belén, sino la parte superior o tarima sostenida por cuatro postes sobre la que dormía la familia entera. De nuevo, la TLA ofrece, es su traducción, esta alternativa:

Mientras estaban en Belén, a María le llegó la hora de tener su primer hijo. Como no encontraron ningún cuarto donde pasar la noche, los hospedaron en el lugar de la casa donde se cuidan los animales. Cuando el niño nació, María lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.

Aunque este tipo de información se puede integrar en la traducción, como en estos dos casos, una buena cantidad será mejor colocarla como información de apoyo en notas a pie de página o en el glosario o índice al final de la Biblia.

Tal como se ha indicado en el título de trabajo y en los primeros párrafos de este ensayo, la traducción por equivalencia funcional o dinámica; la basada en el significado, tiene como objetivo central el “ser entendida” de la manera más directa, clara y sencilla.

A mi modo de ver, la mejor traducción es aquella que permite que el mensaje de la Palabra de Dios llegue al lector u oyente que se tuvo en mente durante la ejecución del trabajo. En otras palabras, el mensaje de las Sagradas Escrituras debe llegar a la persona que lo recibe con la menor cantidad de “intermediarios” posibles y sin “mediaciones innecesarias”: en la lengua materna del receptor, en el nivel de lenguaje de uso común, evitando que se cuelen posturas teológicas o ideológicas en la traducción, y mucho menos que se mantengan actitudes machistas y patriarcales que le cierren las puertas a una verdadera traducción inclusiva de las Escrituras.