Referirse a esta temporada nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre el real significado que nos muestra el sacrificio perfecto de la cruz. Para todos los que de una u otra manera nos hemos impuesto conocer exhaustivamente los evangelios, nos hemos dado cuenta que hallándose el Señor Jesucristo viviendo el epílogo de su misión; clavado en la cruz, padeciendo sus últimas expresiones de dolores por nuestra causa, pronunció frases notables, que han sido de la admiración de los hombres y que les ha permitido en muchas ocasiones, exponerlas a través de diversas formas de mensajes, sermones, seminarios, adoraciones y alabanzas. He considerado estas memorables siete frases proferidos por nuestro Señor momentos antes de expirar, las cuales están llenas de profundo significado, y que nos instaran a meditar en el inolvidable escenario del Monte Gólgota. Me he propuesto a considerar que cada frase expresada por nuestro Señor está respaldada por un principio de vida que para este tiempo son de vital importancia no solamente el considerarlos sino el ver la manera de aplicarlos en forma eficaz, para dar evidencias que ese sufrimiento no fue en vano, sino que de alguna forma se ha internalizado como un ejemplo irrefutable en nuestra vida cristiana.
- La primera de estas siete frases es: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23:34). En esta frase Jesús nos manifiesta el principio del perdón, ya que lo está expresando en medio de una circunstancia en donde es el foco de horribles ofensas, vituperios, blasfemias, injurias que sus crueles y despiadados enemigos los fariseos y los sacerdotes le manifiestan. Cuán sublime se nos muestra el Salvador al pronunciar estas palabras, y cuánta enseñanza encierra esta frase para todos nosotros de ver como el Salvador padecía toda esta injusticia, teniendo el poder para tomar venganza del mal que le estaban haciendo o de maldecirlos, pero determina en medio del dolor perdonarlos. Añadiendo a su propio perdón el ruego fervoroso dirigido a su eterno Padre, para que les perdonara, alegando que “no saben lo que hacen”. Esta ejempla rizadora frase nos confronta y a la vez nos deja ver que debemos pedir a Dios que nos dé a nosotros el mismo espíritu de perdón que tuvo el Redentor de los hombres, para que cuando seamos ofendidos o maltratados por alguien, le podamos perdonar con la misma espontaneidad y misericordia con que el Señor perdonó a los que tan mal le trataban.
- La segunda frase es: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc.23:43). En este escenario vemos a Jesús aplicando el principio de la misericordia al dirigir estas palabras a uno de los ladrones que habían sido crucificados con El, como respuesta a las que aquél le acababa de dirigir, de que se acordase de él cuando viviese en su Reino. Cuán feliz y sorprendido se debió sentir aquél malhechor al oír de los veraces labios de Cristo una respuesta tan inesperada y tan llena de misericordia. Sí, esto de que le hubiese pedido que se acordase de él cuando viniese a reinar sobre la tierra, y que le contestase que aquél mismo día estaría con El en la mansión donde reina perenne paz y se disfruta de eterna bienaventuranza, significo para este delincuente como un mensaje sobrenatural, agradable a su oído y le expresaba una inesperada recompensa al genuino arrepentimiento criminal que le había manifestado. ¿Qué aprendemos nosotros de este incidente? Que así como el Señor se mostró misericordioso y perdonador para con un hombre con características delictuales, que tal vez había incurrido en asaltos, robando a multitud de inocentes y quitando la vida a innumerables desventurados que habían caído en sus sanguinarias garras, así también se mostrará clemente y perdonador para con todos aquéllos que, arrepentidos de todo corazón, acudan a él por fe, como acudió el moribundo ladrón. Rescatamos además que a él le perdonó enseguida sin echarle en cara los pecados y crímenes que había cometido, así también perdonará a todos aquéllos que con fe viva, confíen en su sangre eficaz, vertida gota a gota en el madero del sacrificio. Valoremos la actitud del delincuente de aprovechar la oportunidad para arrepentirse y estar con el Maestro en el paraíso. Armémonos, por tanto, de fe y resolución para acudir a la presencia del Señor, arrepentidos de nuestros pecados creyendo que El es fiel y justo para perdonarnos. (1 Juan 1:9)
- La tercera frase de impacto del Señor en la cruz es: “Mujer, he ahí tu hijo; hijo, he ahí tu madre” (Jn.19:26). En esta expresión vemos reflejado el principio del amor y la honra. Consideremos con qué filial amor y solicitud se preocupa el Salvador por aquélla que lo había llevado en sus entrañas por espacio de nueve meses. Que tremenda manifestación de humanidad muestra Jesucristo en este particular acontecimiento. De esta significativa frase debemos rescatar el ejemplo que nos deja Jesús, de no sólo honrar y respetar a los que nos dieron la existencia, sino a velar por ellos con amor filial, sobre todo, cuando se encuentren en la vejez e incapacitados de valerse por sí mismos. No seamos como muchos hijos ingratos e indolentes que, pudiendo suplir las necesidades más importantes de sus ancianos padres que se hallan poco menos que en la miseria, no lo hacen producto del egoísmo y desinterés. Demos gracias una vez más a Jesús por este modelaje que aunque escrito está, hacemos caso omiso y seguimos mirando a nuestros padres como estorbos, viviendo una vida loca y desenfrenada. Aprendamos de Jesucristo a honrar como se debe a aquéllos que nos dieron el ser, nos criaron y nos encaminaron con sus luces y consejos.
- La cuarta frase del Redentor es: Elí, Elí, ¿lama sabactani? “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mt.27:46). En este escenario podemos considerar que el Maestro estaba llegando al epilogo de su quebrantamiento, el cual nos dejaría grandes dividendos como aprendizaje. Estas palabras, proferidas por el Señor adquieren protagonismo al verse desamparado de Aquél con el cual había mantenido la más íntima y dulce comunión desde toda la eternidad; revelan la honda tristeza de su alma, al cerciorarse de que su Padre Celestial lo había abandonado. Por lo tanto la pregunta es: ¿Por qué lo abandonó cuando más necesitado estaba de su apoyo y fortaleza? Porque en aquél momento Él cargaba -como dice el profeta Isaías- nuestros delitos y pecados, y además era el protagonista del plan divino de reconciliar al mundo con El; y Dios, que es Santísimo, y que por su status de Creador, odia al pecado sin compasión, apartó la vista de su Hijo, por cuanto en aquél momento hacía cuenta que Jesús no era su hijo, sino el sustituto de la pecadora humanidad, que sufría el castigo que merecían los pecados y crímenes cometidos por los hombres. Un célebre comentador de la Biblia, exponiendo estas palabras de Cristo en la cruz, dice: “Estas son expresiones de la humanidad del Señor, reducida a las más terribles agonías, para satisfacer a la justa ira de su Padre por los pecados del mundo, que de algún modo los había hecho suyos tomándolos a su cargo. El Señor representa allí todo el linaje humano, y se hace como uno de nosotros, que somos pecadores”. Sí, Dios, al dejar que su hijo bebiese solo el cáliz de la amargura, lo hizo para que nuestros pecados fuesen castigados con todo el rigor que la justicia Divina pedía, con el firme propósito de que después Dios, sin dejar de ser justo, pudiese ser misericordioso con todos los que se arrepintiesen de corazón y confiaren en la perfecta eficacia del sacrificio de su Hijo en la cruz, perdonándoles sus pecados y librándolos de toda condenación.
- La quinta frase que he considerado pertinente mencionar, está en el evangelio de Juan 19:28 y es “Tengo sed”. En esta exposición vemos que hay una clara expresión de un principio que todo creyente debería aplicar en su vida y es el morir a sí mismo, aquí vemos que el proceso de muerte que Jesús nos manifiesta en esta frase nos deja ver que para vivir una vida plena, padeceremos de una sed de ser cada día mas santificados. Todos sabemos que una persona que ha sido herida de cierta gravedad, suele experimentar una gran sed como efecto de la intensa fiebre que le sobreviene; y Jesucristo no ha sido la excepción, ya que estaba seriamente herido en su cabeza producto de la corona de espinas, herido en sus preciosas manos y en sus venerables pies con los agudos clavos con que lo habían clavado, y obviamente que padeció una terrible sed. Pero no fue sólo sed física la que experimentó, sino una clase de sed que es la que hoy nos lleva a reflexionar en nuestro cometido como cristiano. No era sed de venganza ni de justicia por las vejaciones que sufría, sino la sed de ver a los hombres reconciliados con Dios mediante la fe en su sangre purificadora. Esta clase de sed aun esta en el corazón de Jesús ya que de acuerdo a la Palabra, él anhela que todos los hombres se salven. Asumamos el protagonismo de aplacar esa ardiente sed del Salvador – puesto que de nosotros depende el aplacarla- arrepintiéndonos de corazón de nuestros pecados, para de esa manera servir, amar y modelar a Dios durante lo que nos resta de vida en la tierra.
- La sexta frase pronunciada por el Salvador es “Consumado es” (Jn.19:30). En esta frase se encierra no solamente una fidelidad eterna de parte de Jesús hacia su Padre, sino que debemos destacar el principio de la obediencia, la cual ha sido vivida de una manera ejemplar. Desde luego que la obra de la redención del género humano, decretada desde la eternidad -obra que los profetas y santos habían ardientemente deseado que se cumpliese- estaba cristalizada. Las fatigas y dolores que Jesús padeciera para llevar a cabo su ministerio mesiánico; las burlas y persecuciones, las angustias del Getsemaní y de la cruz han llegado a su fin, y el hombre ha sido redimido. ¡Gloria a Dios!. Esta hermosa y significativa frase “Consumado es”, nos muestra una tremenda consolación para el alma ávida de perdón. Ahora bien, debemos considerar que si la obra de la redención ha sido consumada, esto quiere decir que es un acontecimiento perfectamente concluido y que nada hay que añadir de nuestra parte, ya se trate de penitencias, o de obras meritorias, por cuanto todo lo hizo de forma perfecta y cumplida el Hijo de Dios. Mantengamos nuestra confianza en los efectos de esta obra perfecta y gocémonos en nuestra salvación. Demos a través de nuestro cometido como cristiano una señal de gratitud, adorando y alabando a Jesús por haber obedecido morir por nosotros en la cruz.
- La séptima y última frase del Hijo de Dios en la cruz es:”Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.23:46). En esta expresión hay una clara manifestación del principio de la fidelidad de parte de ambos, es decir de Padre a Hijo e viceversa. Podemos observar que independientemente de todo el padecimiento que vivió Jesús, al concluir la misión encomienda lo que nos une espiritualmente con Dios, el espíritu. Ante este acontecimiento debemos detenernos y reflexionar un poco producto de que somos peregrinos y extranjeros y que algún día partiremos de este mundo y tendremos la certeza de que nuestro espíritu será también encomendado a nuestro Padre Celestial. No sabemos cuándo, ni dónde, ni cómo será; lo que si sabemos de seguro es que algún día hemos de partir. Mientras tanto procuremos vivir bajo sus principios, siendo diligentes y manteniendo nuestro testimonio intachable, para de esa manera poder manifestar nuestro agradecimiento por el sacrificio perfecto que nuestro Señor vivió inmerecidamente.
Que esta temporada nos lleve a reflexionar en nuestro proceder como hijos de Dios. ¡Bendiciones!
Por Pastor Freddy Muñoz.