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Las exigencias de Cristo

Andrés Casanueva (Miembro de:  directorio de Sociedad Bíblica Chilena,  Comisión To Every Nation, Hosanna, NAMS)

Esta es una serie de estudios en que analizaremos lo que Jesús exige del mundo, y de cada cristiano.

Frente a la desmoralizadora corriente de “liquidación de temporada” que algunos hacen del Evangelio, donde se ofrece mucho, y se habla bastante, es necesario dirigir una mirada a las exigencias de Cristo (y por cierto, enseñar a guardarlas), sabiendo que si bien la gracia salvadora no fue pagada por nosotros, sin duda tuvo un costo: la sangre de Cristo. Por tanto el único que puede realizar exigencias al mundo y a su propia iglesia es sólo Cristo el Señor. Por ello, y sabiendo que hemos recibido vida abundante y eterna por la gracia de Dios, lo que nos da seguridad y esperanza, necesitamos ahora concentrarnos en lo que Cristo exige del mundo.

 

Exigencia 1.

La primera exigencia de Cristo al mundo es nacer de nuevo. Pero lograremos reconocer esta exigencia en la medida en que busquemos lo que dice el verdadero Jesús de los Evangelios, no la idea romántica de Jesús que hemos heredado (de nuestros padres, de la iglesia, de nuestra cultura “occidental cristiana”, de las ideas que queremos tener, etc), sino el Mesías de la Biblia. Esto por que para entender lo que Jesús exige del mundo, necesitamos reconocer quien y cómo es este Jesús.

 

Antes de ello quisiera compartir lo que Luke Jonhson expresa cuando plantea las siguientes preguntas:

¿La iglesia actúa de manera triunfalista o trata a sus feligreses de manera arrogante? ¿Es la iglesia actual un agente para la supresión de las necesidades y aspiraciones humanas? ¿Promueve la intolerancia y estrechez de miras? ¿proclama un evangelio de éxito y ofrece a Jesús como mejor socio comercial? ¿estimula el espíritu de prosperidad ignorando el bien de la tierra, o una espiritualidad individualista ignorando a los necesitados del mundo? ¿Sus dirigentes son corruptos y coercitivos?

Estas preguntas se las plantea pues permanentemente oímos desde los púlpitos de las iglesias así como desde los altares televisivos desde donde se predica a las multitudes, que el mundo se rendirá a nuestros pies, que todo el mundo reconoce hoy a nuestro Dios, que como pueblo de Dios estamos conquistado al mundo, etc.

Hoy en día se usan dichos púlpitos para la predicación y el desafío que tiene como fin responder a las exigencias de la misma iglesia, usando a la membresía como una masa que debe responder a los caprichos de muchos de sus líderes, desde aquellos que satisfacen sus aspiraciones financieras mundanas, hasta los que anhelar concretar sus ansias de poder y arrogancia personal (usando títulos rimbombantes que nada tienen que ver con la actitud servil del Hijo de Dios). Se anula incluso en muchas iglesias el tiempo sano de vida familiar, para servir a las exigencias de los líderes que dicen hablar en nombre de Dios, y cumplir las visiones que el Altísimo les da a ellos de manera particular y excluyente. Lamentablemente muchos de los pseudo-profetas de estos tiempos presentan y ofrecen un Jesús que más parece un amuleto para la buena suerte o el mal de ojo, que el Hijo de Dios.

Consideremos ahora que el mayor crítico de este tipo de pseudo-cristianismo es Cristo mismo, quien rechaza radicalmente todas estas distorsiones, a partir de la misma Palabra de Dios. Ese es el Jesús de los Evangelios, no la imagen corroída por la histórica romántica y que la gente quiere ver (la figura que se iguala al Che Guevara en las camisetas vendidas en los Malls). ¿cómo era y quien era en realidad Jesús? El Jesús de los Evangelios es el que se despojó a sí mismo por el bien de de la humanidad de todos los tiempos y exhortó a sus seguidores que hicieran lo mismo. “El Jesús a quien San Francisco de Asís apeló en su llamado por una iglesia pobre y generosa en vez de poderosa y avariciosa no fue el Jesús histórico, sino el Jesús de los Evangelios” dice Piper. Este es el Jesús verdadero, y es le que ofrece su vida, para que tengamos vida abundante ahora y vida eterna por siempre. Pero es el mismo que realiza exigencias al mundo, y por cierto a nosotros. Y es el único que tiene la autoridad y poder para hacerlo.

Este Jesús hace muchas exigencias, pero ninguna de ellas no es posible de cumplir, si caminamos en pos de él. Vamos a ver cada una de estas exigencias, y las explicaremos intentando aplicarlas a nuestra vida.

Por tanto se hace pertinente recordar y entender que la Primera exigencia que Cristo hace al mundo, y que es la que nos permite establecer intimidad con él es esta: “OS ES NECESARIO NACER DE NUEVO”. En el capítulo 3 del Evangelio según Juan, Jesús habla con Nicodemo, que era un judío especialistas en las Escrituras. Cuando Jesús le expresa esta exigencia, Nicodemo le pregunta si le está hablando en serio (Juan 3.4). A su vez Jesús se sorprende que alguien que debería saber las Escrituras no supiera esta implicancia tan obvia de una relación viva con Dios (Juan 3.10).

 

Lo que Jesús plantea es que una persona especialista en las Escrituras no debería sentirse desconcertado por su exigencia. ¿Porqué? Por que en las Escrituras judías había muchas evidencias de una promesa de Dios: Dios prometió que llegaría un día en que su pueblo volvería a nacer (Ezequiel 36.25-27). Y con ello se limpiarían todos los pecados, teniendo en el corazón de las personas la presencia de su propio Espíritu. Jesús sigue explicando a Nicodemo, describiendo cuál es la función del Espíritu de Dios haciendo nacer un nuevo espíritu (Juan 3.6).

 

Parte del ciclo normal de la vida espiritual (aunque parezca una paradoja) es que, aunque nacemos a la vida biológica, al mismo tiempo nacemos muertos por naturaleza, y dado que los muertos no pueden ver, entonces estamos ciegos espiritualmente, para poder ver esta realidad tan obvia. Por ello necesitamos del toque de Dios mismo para poder entender esta triste situación.

No nacemos espiritualmente vivos con un corazón que ama a Dios; nacemos espiritualmente muertos. El nacimiento natural no nos convierte en hijos de Dios. Como lo establece la Palabra de Dios, sólo cuando le hemos recibido y creído en su nombre, es que se nos da la autoridad de ser llamados Hijos de Dios (Juan 1.12). ¿Quien nos llama así? Dios mismo. Dios entonces nos reconoce y adopta como sus hijos legítimos, y coherederos de la gloria eterna junto a su hijo Jesucristo.

Claro que las personas prefieren pensar que sólo el hecho de nuestro nacimiento natural nos convierte en hijos de Dios. Incluso muchos dicen “murieron tal cantidad de cristianos en ese accidente” como una forma de referirse a la muerte de seres humanos. El ser cristiano para muchos es el equivalente de ser un humano. Otros simplemente piden, ruegan o exigen a Dios con tal grado de confianza y autoasumido derecho en sus rezos y oraciones, como si estuviese directamente relacionado el estar viviendo en la tierra para creer que Dios nos debe escuchar y responder, pues como nos creó debe ser nuestro Padre, o al menos responsable por nuestro bienestar. Pero eso es un error. Hay muchas otras criaturas en la naturaleza (perros, ratones, vacas, cerdos, pájaros, etc) y ellos no son hijos de Dios, sino criaturas de Dios. Mientras no hay una relación personal del ser humano con Dios, no hemos sido adoptados por Dios como sus hijos, no existe relación Padre-hijo.

Nacemos espiritualmente muertos, y es lo que Jesús dio a entender a un futuro discípulo cuando le dijo “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas 9.60). como expresa Piper, algunas personas están físicamente muertas y necesitan ser enterrados. Otras están espiritualmente muertas y pueden enterrarlas. Es lo mismo que vuelve a insinuar Jesús en la parábola del hijo pródigo cuando dice “este mi hijo muerto era, y ha revivido” (Lucas 15.24). Por eso dice Jesús “el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3).

Los muertos no pueden ver, osea no pueden ver la realidad, no pueden ver el reino de Dios como una realidad deseable (para ellos la realidad espiritual que nos acerca a Dios, y al Cielo parece algo infantil, tonto, mítico o aburrido). No pueden entrar en el reino de Dios (Juan 3.5). No pueden porque para ellos es una tontería.

Pero veámoslo desde otra perspectiva. ¿qué somos por naturaleza? En términos generales el ser humano está constituido por un 10,0 % de hidrógeno, 65 % de oxigeno, 19,37 % de carbono, 3,2 %/ de nitrógeno, 1,38 % de calcio, 0,64 % de fósforo, 0,18 % de cloro y 0,22 % de potasio. Eso es lo que compone nuestra carne.

Ahora bien, si juntamos todos los componentes de un ser humano que ya hemos descrito anteriormente, con mucho cuidado y en las proporciones exactas, no tendremos vida automáticamente. Por naturaleza somos solo carne (es la humanidad común), es la condición humana natural (no tiene vida espiritualmente hablando, al menos no como hijo de Dios).

Jesús ve toda la humanidad dividida en dos grandes bloques: los que simplemente nacen una vez (nacido de la carne) que están muertos (espiritualmente) y los que han de nacer de nuevo por el Espíritu de Dios: los que están vivos para Dios y consideran su reino como verdadero y infinitamente deseable, según lo expresa Piper. Pero esto nos lleva a nosotros los cristianos, a reconocer dolorosamente que aun los que amamos, si no tienen el espíritu de Dios en ellos, están muertos. Esa es la realidad, terrible, triste, dolorosa y descarnadamente cierta.

Pero hay un misterio, y Nicodemo lo plantea (se pregunta ¿cómo puede ser esto?). Jesús le dice en Juan 3.8 que el Espíritu (el que da vida) tiene tal grado de independencia del ser humano, que no depende de los anhelos o deseos del hombre. Y con ello le plantea que esto, la vida misma, proviene de Dios. No es una ocurrencia humana ni un deseo humano. Nosotros no somos los que buscamos a Dios (no hay quien haga lo bueno, ni uno, no hay quien desee a Dios, ni uno). Es Dios quien toma la iniciativa, quien nos busca, quien te busca.

 

Y cuando Dios te busca Dios establece una exigencia. Y esta exigencia de Jesús a Nicodemo, es la misma exigencia para todos, para ti y para mi. Les está hablando a todas las personas en el mundo, no excluye a nadie (ni aun a los religiosos; recordemos que Nicodemo era un religioso). Lo muerto es muerto, cualquiera sea el color, origen, cultura o clase. Por tanto en forma urgente necesitamos ojos espirituales para verlo.

Nuestro primer nacimiento no nos permitirá entrar en el reino de Dios; pero nosotros no tenemos el poder para nacer de nuevo, sino que eso viene, lo permite y lo hace el Espíritu de Dios. Este es libre y sopla de maneras que no entendemos. Necesitamos nacer de nuevo, y esta es una exigencia pero también un don (regalo) de Dios.

C.S.Lewis dijo: “Cristo no murió para que seas mejor, sino para que seas de nuevo”. Aparta la mirada de ti mismo. Busca en Dios lo que solo Él puede hacer por ti. Un mejoramiento moral de tu antiguo yo no es lo que necesitas. Lo que el mundo entero necesita es una vida nueva. Esto es radical, pero también es sobrenatural, está fuera de nuestro control. Los muertos no pueden darse una nueva vida. Es necesario nacer de nuevo (Juan 1.13) por obra de Dios. Eso es lo primero que Jesús exige del mundo, de ti y de mi, y de quienes nos rodean también.

 

(adaptado de “Lo que Jesús exige del mundo” de J. Piper y complementado con Mac Arthur, Pink, Tolopilo, Strong, McGee, Johnson, Stott, Packer, Bonhoefer, Lewis y otros, junto a estudios del autor)