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La familia: la iglesia doméstica

Edesio Sánchez Cetina

 

La crisis que hoy día sufren la mayoría de nuestras iglesias se debe, en mucho, al hecho de haber transferido la enseñanza de fe y vida cristiana de su lugar esencial, el hogar.  Es el hogar, no el templo, el centro de enseñanza vital de la fe.  La Biblia en su conjunto es bien clara al respecto.  El templo sirvió como centro de adoración y alabanza comunal.  La fe la iglesia del primer siglo se desarrolló básicamente en el seno de los hogares.

 

Varias y complejas son las razones por las cuales los padres han perdido la oportunidad de colaborar y de ser sujetos claves en la educación de fe familiar (tómese en cuenta que la fe abarca la totalidad de la vida humana).  En la mayoría de los casos, los padres se muestran incapaces de guiar a sus hijos por los laberintos de la vida, a partir de la fe.  Decisiones sobre fe, moral, profesión (por citar algunas) se han dejado a cargo de las escuelas, colegios, medios de comunicación masiva, compañeros o vecindario y, en menor grado, los centros religiosos.

 

Debemos insistir en una pastoral que dirija todas sus energías a ministrar a los hogares, de tal manera que ellos sean sujetos y objeto de evangelización, humanización y liberación.[1]  Los centros religiosos deben servir sobre todo de punto de enlace para que las familias se reúnan para convivir, compartir y ministrarse.  La membrecía de la iglesia debe ser vista primeramente no a partir de individuos, sino de familias que la forman.  Antes de hablar de iglesias locales, de parroquias, debemos hablar de iglesias domésticas.  En su discurso inaugural en Puebla, el líder máximo de la Iglesia Católica decía: «Haced todos los esfuerzos para que haya una pastoral familiar.  Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran parte de la «iglesia doméstica».[2]

 

La intención del presente trabajo es mostrar que aquello que la Biblia tiene como prioritario para la fe del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, se enfoca en la familia y es a ella a la que tiene como sujeto de acción.

 

La Familia es Imagen de Dios


 

«Y dijo Dios:

‑‑Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles.

 

Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios

lo creó; varón y hembra los creó.

 

Y los bendijo Dios y les dijo Dios:

‑‑Crezcan, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla;

dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos

los vivientes que reptan sobre la tierra» (Gn 1.26‑28)[3]

 

«Cuando el Señor creó al hombre, lo hizo a su propia imagen, varón y hembra los creó, los bendijo y les llamó Hombre al crearlos.

 

Cuando Adán cumplió ciento treinta años, engendró a su imagen y semejanza y llamó a su hijo Set» (Gn 5.1‑3).

 

«El hombre exclamó:

‑‑(Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!  Su nombre será Hembra, porque la han sacado del Hombre. Por eso un hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne» (Gn 2.23‑24).

 

Los dos primeros pasajes enfatizan la creación del hombre como una pluralidad, una comunidad.  Lo creado desde un principio no es el individuo, sino la humanidad; humanidad que tiene su núcleo básico en la familia.  El tercer pasaje termina enfatizando lo mismo, pero demostrando la imposibilidad de que la humanidad exista en un solo individuo.  En este pasaje, es notorio el hecho de que la creación de la mujer viene como clímax del relato.  Clímax que tiene como cima a la familia.  El hombre reconoce a la mujer como parte de sí mismo en el claro ambiente del hogar.  Todos estos pasajes señalan que la imagen de Dios no se reduce al individuo como tal, sino a la comunidad creada (hombre‑mujer‑hijo).

 

Desde la obertura del gran drama de la humanidad, la Biblia deja bien en claro que toda afirmación sobre el Hombre es una afirmación sobre la familia.  Cuando la Biblia habla de la humanidad no parte del individuo, sino de la familia, de esa comunidad esencial que da razón de ser al individuo.  Desde el principio del proyecto humano, la familia es la que aparece en la base, es a ella a la que se le impone la tarea de hacer del ser humano más humano y de este mundo el kosmos del Señor.

 

  Israel y la Base de su Sociedad

 

 

Llama la atención en el Antiguo Testamento el cuidado con el que se regula especialmente en el Pentateuco y los Sapienciales, la vida familiar en Israel.  Era necesario hacer todo tipo de principios y leyes para resguardarla y mantenerla como la base de vida del pueblo de Dios.  La presencia del pueblo de Israel entre culturas paganas exigía una verdadera y seria legislación familiar en Israel.  O.J. Babb en su artículo «family»[4] dice: «La mayoría de los escritores bíblicos se opusieron vigorosamente a fuerzas que arriesgaran la integridad y seguridad de la familia, tales como los cambios económicos y la influencia de culturas y religiones extranjeras».  Toda una larga serie de pasajes en el Pentateuco y los Sapienciales señala el establecimiento de regulaciones para todos los niveles de las relaciones familiares.[5]  Tales pasajes señalan que la familia era, sobre todo, el centro de la instrucción religiosa.[6]  Como comunidad religiosa ella preservó las tradiciones del pasado y las transmitió a través de la instrucción y la alabanza.[7]  La fiesta central en el Antiguo Testamento, la Pascua, era un festival familiar, celebrado en el hogar.  La Pascua era un rito que no necesitaba de sacerdote o templo.  Todo el ritual tenía como contexto el hogar y era el padre quien lo presidía.  En medio de la celebración, en el momento del «segundo vaso», uno de los hijos hacía la pregunta:  )Por qué esta noche es diferente a las otras?  Y así se abría la oportunidad para narrar la historia de la redención del pueblo, de manos de los egipcios.  Esta práctica fue cuidada y transmitida de generación en generación; Jesús y sus contemporáneos la celebraron igualmente.[8]

 

En este contexto resalta en forma central Deuteronomio 6.4‑9 [10‑25].  Notamos aquí cómo el autor sagrado señala el papel de la familia como la primera responsable de obedecer y mantener siempre actuales las ordenanzas del Señor.  La afirmación que aquí se hace sobre la familia es de singular importancia, por cuanto aparece en el contexto directo de uno de los pasajes centrales de la teología bíblica y de la vida de Israel, hasta nuestros días (el Shema`).  Jesús mismo no tibubeó en citarlo como el pasaje que resume la Ley (Mc 12.28‑34).

 

La Familia en el Deuteronomio

 

El Contexto general del libro

 

Antes de ver más de cerca nuestro pasaje, veamos el contexto histórico‑literario donde se encuentra; es decir, hablemos un poco de las características del Deuteronomio.

 

Vale la pena notar que el Deuteronomio ha jugado un papel vital en el desarrollo de la fe bíblica.  Aparece como el libro de texto y base de la reflexión teológica en los grandes momentos de la historia de Israel (la reforma de Josías, el exilio).  De hecho, este libro proveyó las bases teológicas para la creación de la monumental obra histórica del deuteronomista (de Josué a 2 Reyes).[9]  Con este libro se evaluó la historia del pueblo, de los sacerdotes y de los reyes.  Es uno de los libros más populares en la extensa literatura del Qumrán.  Es uno de los cuatro libros más citados en el Nuevo Testamento (83 veces).  Varios biblistas contemporáneos afirman que «el libro del Deuteronomio se presenta como el centro de la teología bíblica … Una teología del Antiguo Testamento deberá tener su centro en Deuteronomio porque es allí donde aparecen concentrados los elementos básicos de la teología del Antiguo Testamento».[10]

 

Los estudios que por años se han hecho, manifiestan que la presente redacción del Deuteronomio «es un mosaico de innumerables y variadas piezas de tradiciones literarias».[11]  El mismo libro nos ofrece varios títulos (1.1; 4.44; 6.1; 12.1),[12] lo cual demuestra su largo y complejo proceso de crecimiento.  Partiendo con Moisés en los llanos de Moab (siglo XIII a.C.), pasando por el reino del Norte

(hasta 722 a.C.),[13] por Judá con la reforma de Ezequías (ca. 705 a.C.),[14] la reforma de Josías (622 a.C.)[15] y el exilio.[16] (587 a.C.)

 

En cada uno de esos momentos históricos el Deuteronomio recogió y dejó huellas.  La principal audiencia del Deuteronomio no es el pueblo que estuvo a los pies del Horeb ni en las planicies de Moab.  Estas palabras se dirigen a un nuevo Israel que «ya conoce Palestina con todas sus tentaciones religiosas, con un rey y un servicio civil; un Israel que ya no vive la economía patriarcal, sino que ha entrado a un estado de economía basada en el intercambio monetario, con todas sus consecuencias peligrosas; conoce a los profetas y de hecho ha tenido experiencias poco placenteras con estos hombres.»[17]  Esta nueva comunidad deja atrás seis siglos de historia repleta de pecado, apostasía constante e infidelidades.  Ahora esta comunidad, al igual que el Israel del Horeb, es convocada a oír la palabra de salvación y de desafío de parte del Señor.  La renovación de la alianza y la reubicación de las antiguas tradiciones y leyes confirman a este pueblo que él es pueblo de Dios; que, así como el Israel del Horeb, él también es convocado a pararse ante el mismo Dios y su siempre actual palabra de gracia y juicio.[18]

 

He aquí el gran valor del Deuteronomio, que surge como un libro que toma la palabra de Dios, hablada a una antigua generación, con sus pasadas tradiciones, y la reactualiza para beneficio de un nuevo pueblo, una nueva generación.  El Deuteronomio es clara indicación de un hecho indiscutible del mensaje bíblico: que si bien momento, historia y audiencia varían, la palabra es la misma.  Deuteronomio es ejemplo de una correcta hermenéutica, donde la palabra y el contexto histórico se encuentran en diálogo responsable, diálogo en el cual se reconoce que la palabra sólo habla su mensaje cuando se inserta en el contexto del oyente y desde allí le habla.

 

El propósito del libro es acercarse a una nueva generación, en una nueva situación histórica y explicarle la antigua ley.  Por ello era necesario recapitular, recontar y explicar lo que había pasado y lo que estaba ocurriendo «aquí y ahora».[19]

 

El libro habla de la ley, pero no desde un punto de vista jurídico.  No es un libro escrito para el uso de jueces o sacerdotes.  Es escrito teniendo en mente a todo el pueblo de Israel y para ser usado no en la corte legal, sino en el hogar.[20]  Por ello, junto a las órdenes de obediencia a la ley encontramos la insistencia en su enseñanza e instrucción (4.1, 5, 9, 10, 14, 39; 5.l, 31; 6.1, 7, 8, 9, 20s; 11.18‑20).  De hecho, este uso didáctico del libro hace justicia al sentido básico del término torah: la ley no es un simple conjunto de reglas, es, especialmente, la fe enseñada, es instrucción.[21]  Los sujetos de la enseñanza son los padres.  Ellos deberán enseñar a los hijos el camino y la Palabra del Señor.  No hay otro libro en la Biblia que coloque la instrucción de niños y jóvenes en el centro de su mensaje como lo hace el Deuteronomio (4.9s; 6.7, 20ss; ll.l9; 31.13; etc.).[22]

 

En relación con el propósito de este libro hay varios elementos importantes.  Primero, el asunto generacional.  Es notorio el hecho de cómo el Deuteronomio va llevando la narración acompañada de una constante referencia a los de «ayer», los de «hoy» y los de «mañana»; «tus padres, tú, tus hijos» (l.35s, 38s; 4.9, 25; 5.2‑3, 29; 6.2s, 7, 20s; 7.9; 8.1, 16; 9.5; 10.11, 15; 11.2, 7, l9, 21; 19.10, 14‑15, 22, 29).  Hacia cada generación Deuteronomio tiene una actitud diferente.  En el libro, la generación de «ayer», tristemente, no hizo la voluntad del Señor (1.35; 4.3).  La generación «presente» está a prueba (1.39; 4.1‑9, 15ss).  Los de «mañana», dependiendo de la enseñanza de los de «hoy», bien podrían ser infieles (4.25‑28) o fieles y obedientes (4.29‑31, 39‑40; 5.32‑33).  La relación de Dios con su pueblo dependerá de la calidad de vida de éste: lo que el Señor espera es obediencia y fidelidad.  La calidad de vida de la generación futura, según el Deuteronomio, dependerá en gran medida de la vida de la presente (6.1‑3).

 

Segundo, junto con el tema de las generaciones aparece el concepto temporal «hoy».[23]  J. Briend escribe al respecto:

 

«El término expresa con una fuerza inigualable la percepción profunda de que la acción de Dios se sitúa en la existencia concreta del pueblo.  El lugar que este término ocupa en el Deuteronomio manifiesta que la concepción de la temporalidad que aparece en el documento es la misma desde el principio hasta el final.  Todas las generaciones de Israel deben ser testigos de la acción de Dios y de su Palabra: ‘Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy te predico’ (5.1;           cf. 5.3, 24).

 

De esta forma, se hace participar a todas las generaciones   de la acción de Dios, establecida en un hoy que depende totalmente de él. Frente a la Palabra de Dios, todos son llamados a obedecer, a poner en práctica y a guardar esta palabra en su corazón (6.6) para que les sirva de guía en el   camino de la felicidad».[24]

 

La Palabra de Dios, unida al pueblo a través de una alianza, siempre habla al hombre de hoy.  Invita a quienes están en el «ahora» a mirar al «ayer» (según el Deuteronomio, una historia de rebeldía del pueblo, de intercesión por parte de Moisés y de una nueva reconciliación por parte de Dios).  No se puede olvidar el «ayer» so peligro de correr al «mañana» sufriéndolo ya desde hoy (8.19).[25]  Al distinguir el tiempo de los padres con la generación de hoy, el Deuteronomio insiste en que, aunque herederos de una historia, de los de la generación actual depende en mucho el futuro.  Por ello el libro constantemente apela a los que hoy están oyendo:  «recuerda», «cuida de no olvidar» (6.12; 8.19).  El olvido es un pecado contra la fe y la esperanza.  Por ello es necesario atender a la Palabra que hoy se dice, reflexionar sobre cómo la vivieron ayer los antepasados, estar vigilantes y decidir para el futuro (29.28s).[26]  El «hoy» no es sólo ahora, es también «mañana» (29.13s).  La alianza así lo confirma.  El pacto renovado en Moab, Siquén, Jerusalén … es una invitación a moldear el futuro desde el diálogo presente.  De la alianza y su soberano nos amarramos hoy para asegurar el mañana.

 

Tercero, si el propósito es explicar la ley a una nueva generación, en una nueva situación, no existe mejor forma literaria que el estilo homilético.[27]  El libro presenta una apelación, una urgencia, por ello da sermones. Todos los intentos de estructurar el Deuteronomio como un tratado de vasallaje terminan haciendo vuelcos artificiales que alejan al libro de su propósito esencial.  Es cierto que existen influencias de los tratados, tanto en forma como en vocabulario, pero el Deuteronomio no es en sí un documento de tratado.  El libro se presenta como una serie de discursos o sermones a un pueblo parado frente a su líder que ahora se despide.[28]  Toda referencia a los elementos de los tratados de vasallaje tiene el propósito de resaltar el hecho de que la generación de hoy, tal como la de ayer, está atada a la alianza.  Así, estilo homilético y estructura de tratados de vasallaje se entrelazan para señalar, junto con otros elementos, que el Deuteronomio está estructurado para ser siempre actualizado en favor de las nuevas generaciones de Israel.

 

Así es, Deuteronomio es un libro para un pueblo en transición (una nación amenazada por tentaciones y desastres), para una generación cuya tarea es conquistar y construir una nueva tierra, una nueva sociedad.  Es un libro que, al igual que Mateo en el Nuevo Testamento, se ofrece como manual para los miembros del Reino de Dios.  ¡Qué actual resulta para América Latina!

 

El libro está formado por cinco secciones, mejor entendidas si se colocan en círculos concéntricos.  En el núcleo tenemos los capítulos 12‑26, los cuales contienen la ley de la alianza.[29]  En el siguiente círculo tenemos los capítulos 5‑11 y 27‑30, los cuales ubican al código legal en el contexto de esa nueva situación que ahora se vive.  La sección 5‑11 empieza con la teofanía del Sinaí, seguida por el Decálogo.  Ambos, elementos decisivos de la alianza establecida con el pueblo.  Así, antes de presentar el código legal (12‑26) a esta nueva generación, se le hace partícipe de la alianza.  Este evento del pasado ahora se coloca en una sección introductoria y enmarcada entre dos versículos donde aparece el término «hoy» (5.1; 11.32).  Todo lo de «ayer» ahora pertenece al «hoy».  Así mismo, al principio y al final de esta sección se encuentran dos pasajes, casi paralelos, los cuales insisten en que la enseñanza de la fe pertenece al hogar y es obligación de los padres (6.4‑9, pasaje inmediato al recuento de la alianza en Sinaí; 11.18‑20).  Los capítulos 27‑30 se presentan como la conclusión del código legal y demandan a las nuevas generaciones 29.14‑15, 29) una respuesta obediente a la totalidad de la ley, en esa nueva situación que ahora enfrentan.[30]  El último círculo contiene las secciones I (caps. 1‑4) y V (caps. 31‑34).[31]  El papel de los capítulos 1‑4 es el de recapitular la historia de la generación pasada y confrontar a la actual con un nuevo inicio.  Forman el prólogo del libro y junto con la sección II (caps. 5‑11) responden a la pregunta )cómo se relaciona lo viejo con lo nuevo?[32]  La primera sección recuerda el fallo de la pasada generación; la segunda, presenta el desafío a la nueva generación.  La quinta sección se coloca como conclusión de todo el libro.  El capítulo 31 describe las últimas acciones realizadas por Moisés:  termina su sermón y lo coloca por escrito; comisiona a Josué, deposita la ley junto al arca y establece la práctica de la lectura de la ley.  El capítulo 32 (un poema) es una presentación profética en la cual Moisés habla de la fidelidad de Dios, contrapuesta a la rebeldía del pueblo.  En este poema Moisés une las tres distintas generaciones.  El capítulo 33 (también en poesía) dibuja, en perspectiva profética, una situación futura, más bien ideal:  el Reino de Dios.  Allí aparece Dios como el refugio eterno de Israel.  El pueblo halla su salvación eterna.  El capítulo 34 da la nota final.  Un líder se va (antigua generación), uno nuevo viene (nueva generación).[33]

 

A‑ (I)    1‑4

B‑ (II)   5‑11

C‑ (III)  12‑26

B’‑ (IV)   27‑30

A’‑ (V)    31‑34

 

Deuteronomio 6.4‑9

 

Las insinuaciones y afirmaciones generales que hemos hecho acerca de la familia apuntan a, e irradian desde, Deuteronomio 6.4‑9.  Aquí, en forma explícita, se trata de este tema en el contexto de la afirmación teológica más categórica acerca de Yahvé, el Señor (el Shema).  El Deuteronomio no encuentra otro lugar más importante, para depositar el meollo de la fe bíblica, que el hogar.

 

Estos versículos pertenecen a una unidad más extensa (6.4‑25). cuyo final es parte de un diálogo pedagógico familiar: el padre responde a una pregunta del hijo (vv. 20‑25).  Los versículos 4 al 9 constituyen la parte más antigua.[34]  De estos versículos, los dos primeros (4‑5) vienen a ser el eje de toda la unidad.  De hecho, todo el libro es, sin exageraciones, un comentario de estos dos versículos.[35]  McBride dice de Dt 6.4‑5: «No hay otro pasaje que capture con más elocuencia el espíritu que invade el libro del Deuteronomio.»[36]

 

Dt 6.4‑9 está estructurado de tal manera que todo cuanto se declara y ordena se dirige al principio de la unidad.  En el versículo 6, la frase «estas palabras» sirve de punto de enlace, a la vez que de elemento enfático.[37]  Con esta frase el autor ata cada elemento de la unidad; con ella, también, el autor asegura que en cada nueva demanda, la declaración de los versículos 4 y 5 retumbe con majestuoso sonido.  Verbos, pronombres, artículos, son materialmente arrastrados al principio:  «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno.  Amarás al Señor, tu Dios …»[38]  Todo cuanto se diga en Dt 6.4‑9 sólo tiene valor en relación a ese núcleo que liga íntimamente una afirmación «dogmática» (v. 4b) y una exigencia «ético‑religiosa» (v. 5a).

 

Con la frase «el Señor, nuestro Dios, es solamente uno» el autor expresa en forma positiva el primer mandamiento del Decálogo.  Israel de nuevo es confrontado con el hecho de la unicidad del Señor.[39]  Esta declaración únicamente se entiende cuando la colocamos en el contexto histórico, político y religioso donde se dio la tradición deuteronomista.  Cada vez que se recuente la historia del pasado se deja en claro que Israel vive sólo porque Yahvé dirige su vida.  Él gobierna a Israel.  La vida de Israel depende de su reconocimiento de Yahvé como su soberano.  Por ello al autor le preocupa sobremanera las tentaciones que enfrentan al pueblo en Canaán:  (tanto dios para adorar, tanto lugar alto para asistir, tanta práctica exitante en que participar!

 

Consecuencia lógica del reconocimiento del Señor como uno solo, es el amor a Dios, en forma total.  Unicidad y totalidad pertenecen al mismo círculo semántico.  Si sólo se reconoce a un Señor, entonces el amor en sólo para él.  El amor a Dios en el Antiguo Testamento pertenece al contexto de la alianza.  Sin embargo, no está atado a una enseñanza legalista.  El amor que se demanda a Israel es una respuesta «con la misma moneda».  Es una respuesta apropiada a la fidelidad de Dios, quien siempre mantiene y cumple sus promesas (Dt 4.37; 10.15; 7.7s).  Israel es invitado a amar porque Dios le amó primero (cf. 1 Jn 4.19).  Esta primicia del amor divino en el Deuteronomio es la raíz de toda obediencia.[40]  Deuteronomio es el primero que utiliza extensivamente el tema del amor del hombre hacia Dios.[41] y desarrolla el concepto a partir del contexto de la familia; es allí el único lugar donde el teólogo puede aprender lo que es el amor teniendo al hombre como sujeto.[42]  Y no hablamos aquí de sentimientos meramente; hablamos de un amor que razona, por ello se puede presentar en forma de una orden. [43]  En ese amor que los hijos deben a los padres cuyo sinónimo es la obediencia.

 

El conjunto de frases que siguen (vv. 5b y 7) a la demanda del versículo 5a, enfatiza el sentido de totalidad y perfección.  Los sustantivos «corazón», «alma», y «fuerzas» configuran la totalidad del ser humano.  El vocablo «todo», repetido tres veces, insiste en la perfección e intensidad del compromiso del amor.  Aquello que en la antropología hebrea es el asiento de las funciones síquicas, se presenta aquí como el asiento del amor de Dios.  En el versículo 7 el conjunto de frases, todas con verbos en infinitivo, presenta el sentido de totalidad y perfección en la antítesis de un doble par de verbos: «sentarse‑caminar», «acostarse‑levantarse».  En este conjunto se presenta, en forma concisa, toda la actividad humana habitual.[44]  El hombre en la totalidad de su existencia vive para amar a un solo Dios, el Señor.

 

La temática de la unicidad de Yahvé, el amor sólo a él y la pugna anti idolátrica, aparece a cada paso en todo el trabajo del deuteronomista (Deuteronomio hasta 2 Reyes).  De hecho, cada vez que el deuteronomista evalúa las distintas etapas de la historia de Israel, la aprobación o reprobación del pueblo o de sus líderes depende de la fidelidad, o falta de ella, hacia el Señor.  Los versículos 10‑25 de Deuteronomio 6 son categóricos al respecto: «Al Señor, tu Dios, respetarás, a él sólo servirás, sólo en su nombre jurarás.  No seguirán a dioses extranjeros, dioses de los pueblos vecinos» (vv. 13‑14).[45]  La reforma de Josías se concentró, sobre todo, en la purga de ídolos y cultos falsos en el seno de Judá (2 Re 22‑23).  El rey que precedió a Josías, Manasés, es considerado como el peor de los reyes del pueblo de Dios, por su idolatría (2 Re 21).  La dura evaluación al reino del Norte (2 Re 17.7‑23), a su caída, es en sí una mirada al destino de Judá (v. 19s).  El pueblo de Dios está en exilio, sí, por haber sido infiel a Yahvé, su único Dios; por no haber aprendido a amarle en forma total y perfecta.

 

¿Dónde ve el deuteronomista la fuente del problema?  Lo ve exactamente en la desobediencia del pueblo, al no seguir los lineamientos establecidos por el Señor.

 

Desde el Decálogo se elabora este mandamiento en el contexto de la familia: «No te harás ídolos: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua abajo de la tierra.  No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso; castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen.  Pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos» (Dt 5.8‑18; cf. Ex 20.4‑6). El pasaje en cuestión (Dt 6.4‑9), central en todo el Deuteronomio, lo hace más explícito; una y otra vez, en el contexto del diálogo pedagógico del hogar (Dt 6.20‑25; 11.18‑32; 29; 30.25s; cf. 4.9, 10; 6.1‑3), se recuerda la urgencia de ser fieles al Señor.

 

Si bien es cierto que esta ley (base de toda la alianza) aparece en el contexto del culto (Ex 19‑24; Jos 24; 2 Re 22‑23) ante toda la asamblea de Israel, el deuteronomista siempre deja en claro que el primer lugar de pertenencia de esta ley es el hogar.  Aún en el contexto de la asamblea del pueblo, siempre hay una cita referente a los padres y los hijos (Ex 20; Dt 5; 6.4ss; 30) o a la familia (Jos 24.15).  Fidelidad al Señor y educación en el hogar van tomados de la mano.  No es accidental el hecho de que en aquellos períodos de infidelidad y apostasía, el hogar de los protagonistas estuviera en «bancarrota» (Jue 14‑16; 1S

2.12, 17, 22‑25, 29ss; 3.13, 14; 4.17ss; 1Re 11; 2R 21.6).  Inclusive, el deuteronomista no deja de estampar su crítica amarga, como mancha indeleble, en la vida familiar de aquéllos a quienes precia de fieles seguidores del Señor (1S 8.1‑5; 2S 12—1R 1).  Llama la atención, por ejemplo, el caso de Josué.  Al final del libro que lleva su nombre, después de hablar del problema de la idolatría en medio del pueblo de Israel, Josué hace una declaración contundente que hace temblar a cualquier padre o madre respecto de la educación de su familia en la fe: “Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos 24.15, DHH).  Josué no habla de servir al Señor como responsabilidad propia e individual, sino que involucra a toda la familia, afirmando así que él, aunque ha cumplido con el desafío impuesto por Dios al principio de su misión (Jos 1.5-9), esta no ha sido una decisión solo de él, sino de toda su familia.  De principio a fin, el libro de Josué es un elogio a un líder y a un pueblo que decidieron obedecer la voluntad de Dios.  Sin embargo, al principio del libro de Jueces, todo parece contradecir lo que Josué y el pueblo afirmaron en 24.15 y 24.  Jueces 2.8,10 (RVC) dice: “Josué…murió…Y murió también toda esa generación…Después de ellos vino una generación que no conocía al Señor, ni sabía lo que el Señor había hecho por Israel”.  En otras palabras, Josué y los líderes que trabajaron con él, desde el punto de vista personal fueron un modelo de obediencia y efectividad, pero como propulsores y educadores de la fe hacia las generaciones jóvenes, un fracaso.  Jueces 2.11 (RVC) no deja lugar a dudas: “Los israelitas hicieron lo malo a los ojos del Señor, y adoraron a los baales”.  Elí, Samuel, David y otros más engruesan la lista de fieles servidores del Señor, en lo personal, pero malos educadores en lo familiar.  El desastre del exilio no es otra cosa que la falta de responsabilidad comunitaria, familiar y nacional.  El error fue desatender el principio deuteronómico de la educación de fe para la vida: La enseñanza de fidelidad y amor a Dios tiene su base y centro en el hogar.

 

No hay que perder de vista, entonces, el punto de partida de un estudio sobre la familia.  Toda discusión sobre la familia debe partir de su centro y principio:  el Señor.  Según el pasaje, inmediatamente después de la presentación de ese elemento básico (que en sí es el contenido de la fe y la enseñanza), viene la presentación de los pasos pedagógicos )qué se espera que suceda en la comunidad del pueblo de Dios?

 

Es interesante notar el paso de lo colectivo y general («Israel») a lo individual y concreto («tu corazón», «tu casa», «tus hijos») y de nuevo a lo general («las puertas de tus aldeas»).  Esto señala que lo presentado aquí es un programa de vida que mantiene en buen balance a la comunidad y al individuo,

teniendo al hogar como eje de ese balance.

 

El relación lo anterior, encontramos en el pasaje un triple compromiso pedagógico:  1) hacia uno mismo («las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria … las atarás a tu muñeca como signo, serán en tu frente una señal»), 2) hacia los hijos («… se las inculcarás a tus hijos») y 3) hacia la comunidad («las escribirás … en tus portales»).  Es obvio que el compromiso pedagógico se vuelca primordialmente al hogar.  Los versículos 7 y 9 colocan al hogar como el ambiente donde «estas palabras» son objeto de enseñanza y práctica.  Los versículos 20‑25 hablan de esa interacción narrando los actos portentosos del Señor en el pasado y de sus demandas hoy para el futuro.

 

El siguiente esquema destaca el énfasis pedagógico del texto:

 

Recepción de la enseñanza: «Escucha …las palabras»            (v. 4)

Puesta en práctica de la enseñanza: «Amarás al Señor…»     (v. 5)

Apropiación de la enseñanza: «quedarán en tu memoria»      (v. 6)

Transmisión de la enseñanza: «se las inculcarás a tus hijos»   (v. 7)

Repaso de la enseñanza: «hablarás de ellas…las atarás…las escribirás» (vv. 7‑9)

 

El pasaje nos ofrece entretejido en forma magistral, el qué y el cómo: el contenido y el proceso de la enseñanza.  En el pasaje encontramos el sujeto: los padres; el receptor: los hijos; el contenido: «estas palabras»; el lugar: el hogar; el tiempo: toda la actividad humana habitual; la forma: la comunicación oral, escrita y práctica.

 

 

                                                Enseñanzas para hoy

Nuestro pasaje de estudio nos ofrece puntos de aplicación para hoy a partir de dos tres preguntas claves:

 

  1. ¿Qué debo enseñarle a familia?
  2. ¿Hasta Dónde llega mi responsabilidad en la enseñanza a mi familia?
  3. ¿Cómo educar bíblicamente a mi familia las 24 horas del día?

Esta última pregunta plantea el cuándo y el cómo de la educación cristiana.

 

Lo dicho anteriormente y las preguntas con las que empieza este apartado, nos permiten encontrar el énfasis del pasaje en dos puntos:  contenido y lugar de la enseñanza de la fe (vida).  Ambos elementos son cruciales el día de hoy.  Al tomarlos en serio, frente a nuestras prácticas contemporáneas, nuestras perspectivas y proyectos pastorales dan un viraje de ciento ochenta grados.  La urgencia de cambio se acrecienta al colocar junto a la demanda bíblica, la realidad de la «familia cristiana» de nuestros tiempos.  Ya no podemos trazar una marcada línea de distinción entre el estilo de vida, educación, prácticas y prioridades de las familias cristianas y de las no cristianas.  Aquella romántica creencia, de que los cristianos vivimos lejos del «mundanal ruido», hoy se ha hecho trizas.  ¡En realidad eso nunca se ha dado!

 

Hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia.  Se verá que los sujetos de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control; con propósitos y objetivos alejados de (y las más de las veces en contra de) la fe bíblica.  Se notará también que la proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación actúa en forma escandalosa en «beneficio» de tales sujetos de formación.  Al compararlos con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la vida cristiana, no podemos esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y comunidades.

 

La cultura uniformadora de los medios de comunicación masiva ha roto con los límites de clases sociales, distancias geográficas y niveles de formación académica.  Vivimos en medio de un sistema con poder «omnipresente», cuya filosofía de vida alcanza materialmente a todos.

 

El modernismo y el postmodernismo han producido un tipo de ser humano que varios sociologos y psicólogos han denominado el hombre light.  Esta nueva sociedad o generación light está fundamentada en varios pilares:

 

  1. Materialismo: Es tan poderoso que se ha convertido en la fuente de nuestra identidad. Si nuestros muchachos en la escuela o el colegio no usan Reebok o Nike Air, y no llevan pantalones de tal o cual marca, son despreciados y ridiculizados.  Las noticias nos han hecho saber que varios muchachos han sido asesinados para robarles sus zapatos o ropas de moda.  El materialismo es el símbolo del éxito.  Si no lo tenemos ¿para qué vivir?

 

  1. Consumismo: La televisión y los anuncios en las calles, carreteras, transporte público, y demás, hacen que nuestros muchachos vean unos cien anuncios comerciales cada día –es decir, unos 30,000 a 40,000 al año. La exagerada cantidad se explica cuando consideramos que los anuncios no sólo se dan en los cortes comerciales de la televisión, sino también en los mismos programas y películas.  Un muchacho que haya visto Back to the future-ii, (Volver al futuro-ii) es bombardeado, varias veces, con Toyota, Miller, AT&T, USA Today, Texaco, Black and Decker, Pizza Hut y Pepsi.

 

Es ilustrativo considerar que Walt Disney Studios, pagan cientos de miles de  dólares, hace aparecer un producto comercial en la película; y mucho más si aparece en forma visible la etiqueta del producto.  Imagínense cuánto se paga si el héroe o heroína de la película usa el producto.

 

«… nadie puede escapar a los efectos avasalladores de los anuncios.  Se van filtrando sin cesar en nuestro subconsciente, influyen sobre la forma en que gastamos nuestro dinero, y nos van formando una imagen de nosotros mismos, de nuestros amigos, y del mundo en general.  De este modo, contribuyen a crear los móviles de nuestras acciones, las ambiciones que nos hacen avanzar y los valores que determinan nuestras relaciones humanas».1

 

  1. Individualismo que se manifiesta en una sociedad permisiva y relativista: No me importan los demás; yo hago lo que se me antoje y me haga feliz: «cambio esposos/as e hijos, de igual modo que lo hago con trabajos y amistades. Todos ellos son temporales; después de todo, yo soy lo que importa.  El mundo gira a mi alrededor.  Soy el centro».

 

  1. El hedonismo que se podría definir como el placer como el fin de la vida. El hedonismo invita a pasarla bien, sin el compromiso de respetar los valores de la generación pasada.  Es un rechazo a la razón y un sí a los sentidos.  Con él se apunta a la muerte de los ideales, al vacío de sentido, y a la búsqueda de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes.

 

Cuando escuchamos de la excesiva violencia en el hogar, las calles, las naciones; cuando el suicidio, divorcio, aborto, SIDA, condón y drogas, son simples comentarios culturales que ya ni «cosquillas» nos hacen, debemos preguntarnos ¿qué ha pasado con nuestro mundo moderno, tecnificado y modernizado?

 

Tristemente ha producido una cultura y generación light.  Esta cultura ha sacralizado la vaciedad y el sinsentido, pues ha creado a un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones.  La manifestación más concreta de la cultura light la encontramos en la infinidad de productos sin grasa, sin glucosa, sin nicotina, sin alcohol, sin calorías, sin cafeina: mantequilla light, cerveza light, Coca-Cola ligth.  El mensaje global es: come todo lo que quieras hasta hartarte, sin riesgos de engordar y de llenarte de colesterol.  Practica el sexo sin compromisos ni riesgos de embarazos y SIDA, ¡usa el condón!  Goza de una religión light, sin compromisos ni demandas.  La T.V te la lleva hasta la cama.  No te metas en controversias con nadie y acepta un poco de todo; prepárate tu propio…

 

(…) cóctel religioso: unas gotas de islamismo, una brizna de judaísmo, algunas migajas de cristianismo, un dedo nirvana; todas las combinaciones son posibles, añadiendo, para ser más ecuménico, una pizca de marxismo o un paganismo a medida.2

 

Necesitamos desarrollar una pastoral de la familia que mantenga en balance la enseñanza bíblica y las circunstancias históricas en las cuales se desenvuelven nuestras familias.  Lo que se enseña y dónde se enseña, constituyen los dos elementos centrales en este estudio que nos sirven como directrices para tal pastoral, pues proveen un «frente de combate» ante las fuerzas de la filosofía de vida del sistema en el que vivimos.

 

Nuestro pasaje de Deuteronomio se une a una buena cantidad de textos bíblicos para insistir que cada miembro de la familia, cada hijo de Dios, cada miembro de la iglesia debe aprender la Palabra de Dios de memoria e interiorizarla; hacerla carne y sustancia de su propia vida.  Veamos como ejemplo al Salmo 119:

 

Una lectura ininterrumpida del salmo, además de dejarnos casi exhaustos, nos deja impregnada en la memoria una sola idea: La palabra de Dios es factor decisivo y esencial para cada rincón de la vida.

 

1- El énfasis en el tema de la Palabra es notorio.  Además de los ocho sinónimos para referirse a ella, «ley», «testimonios», «mandamientos», «estatutos», «dichos», «juicios», «palabras», «ordenanzas», tenemos la palabra «camino».   A ellas se le agregan todos los adjetivos que hablan de su eficacia en las diferentes áreas de la vida.

 

2- La Palabra de Dios es «guía y consejero, luz y verdad, rectitud y lealtad; enseña, ilumina y hace sabio, da juicio y discreción, discrimina el bien del mal, retiene y libra de pecado, ensancha el corazón, consuela y da la vida, defiende y da la paz; es preciosa y amable, buena y dulce, durable, acrisolada, justa, vasta, maravillosa y temible.»3

 

3- Por ser tan esencial para la vida, el creyente no puede hacer otra cosa que estudiarla, meditarla, recordarla y no olvidarla, buscarla, obedecerla y cumplirla, la elige, la ansía, es el objeto de su amor, afección, celo, y placer.  En ella está su seguridad, confianza y esperanza.  Ella es la fuente de su dicha total.

 

Los tres puntos anteriores no nos dejan otra opción que la de recalcar la importancia y necesidad impostergable de aprender de memoria la Palabra de Dios y de interiorizarla:

 

v.16: No me olvidaré de tus palabras

v.93: Nunca me olvidaré de tus mandamientos

v.97: Oh, ¡cuánto amo yo tu ley!

                              Todo el día es ella mi meditación

v.98: Tus mandamientos siempre están conmigo

v.105: Lámpara es a mis pies tu palabra,

                              Y lumbrera a mi camino

v.110: Yo no me desvío de tus mandamientos

v.111: Por heredad he tomado tus testimonios para siempre

v.112: Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos

                                De continuo, hasta el fin

v.129: Tus testimonios… he guardado en mi alma

v.141: No me he olvidado de tus mandamientos

v.153: De tu ley no me he olvidado

v.176: No me he olvidado de tus mandamientos.

 

El Salmo 1.2 dice: En la ley de Jehová está su delicia y en ella medita de día y de noche.  En el espíritu de todos estos versículos Deuteronomio 6.6-9 nos enseña: Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho, y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes.  Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos en el marco de la puerta de tu casa y en las puertas de tus ciudades.

 

Todo padre y madre cristianos, si de verdad están comprometidos con la enseñanza de vida cristiana integral de cada miembro de su familia, no pueden menos que esforzarse que la Palabra de Dios se anide profundamente en la mente y corazón de sus hijos.

 

La Teología (el contenido de la enseñanza)

 

La afirmación bíblica, «el Señor, nuestro Dios, es solamente uno.  Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (6.4‑5), nos presenta hoy día todo su peso ético‑dogmático.  Presenta un principio y una demanda con valor perenne.  Lo variable es el contexto histórico‑geográfico en el que ella se inserta.

 

 

Es urgente desarrollar el discurso sobre Dios en el contexto de vida de nuestras comunidades latinoamericanas.  Es necesario re‑encontrar en la Biblia las líneas que definen a tal Dios y Señor y sus actos de gracia y juicio, frente a tanto dios, ídolo y fetiche.  Así se podrá tener a mano pautas de diferenciación, para hoy, entre Dios, el Señor, y los otros dioses e ídolos.  Conceptos como «conocimiento de Dios» e «idolatría» necesitan ser re‑estudiados tanto en la Biblia como en nuestra sociedad contemporánea.[46]

 

Falsas lecturas de la Biblia y tendencias teológicas pueblan el sistema de «fe» de nuestros pueblos.  (Cómo se necesita acercar más a nuestros pueblos al Dios‑lejano del «más allá» y librar a los «Cristos» de la religiosidad popular!  Lo que más falta hace es «desenmascarar» a tanto dios impostor que ofrecen, con el «nombre» de Dios, falsos (vanos) estilos de vida y una religión amordazada, sirvienta de este sistema económico, materialista y deshumanizante.[47]

 

Es imposible desarrollar aquí las ideas generales expresadas.  Las citamos, sólo para acentuar la necesidad de mantener en buen balance el qué y el dónde de la enseñanza de fe.  Ambos son básicos e indivisibles.  El desarrollo de una estrategia de educación cristiana, a partir del hogar, sin la contribución de una teología fidedigna, es inoperante.  De igual modo sucede si tan sólo existe la preocupación por desarrollar una teología liberadora olvidando al hogar como su punto de partida.  Es obvio que la mejor reflexión teológica no llega a los miembros de las iglesias, mucho menos a los hogares.  Sí, en cambio, los hogares se ven bombardeados por el sistema idolátrico del mundo contemporáneo, a través de los medios de comunicación masiva: valores y «teología» de películas y telenovelas; concepto de vida y prioridades de los anuncios publicitarios.  Gran cantidad de iglesias y hogares han fundado su fe sobre la anti‑teología de la «teología‑ficción» y del evangelio barato, presentes, sobre todo, en las llamadas «librerías evangélicas».

 

Así como es necesario desarrollar una estrategia pedagógica desde el hogar (la iglesia doméstica), de igual modo es urgente que se desarrolle un contenido teológico‑bíblico fidedigno de la educación cristiana.  En ambos casos, deberá tomar lugar central el diálogo responsable y veraz entre la fe bíblica y el contexto histórico‑geográfico de nuestros pueblos.

 

El hogar (lugar de la enseñanza)

 

Dos realidades, aparentemente encontradas, se nos presentan en un estudio conjunto sobre la Familia como educadora:[48]  1) «En nuestra sociedad no se puede ver a la familia como un sistema cerrado.  Debe ser visto como un sistema abierto a una multitud de influencias externas …  Cuando se toma en cuenta el tiempo que los miembros de la familia pasan dentro y fuera del hogar, inmediatamente se hace claro que considerar a la familia como la fuente de todas las influencias significativas es una falacia.»[49] 2) «El hogar es un «redondel» donde puede tomar lugar, virtualmente, toda la gama de las experiencias humanas…  Los padres harían muy bien en cuidar de la educación de sus hijos, porque es en el hogar donde se producen las primeras y más duraderas influencias.»  «Para bien o para mal, todos debemos reconocer que dentro de la familia sucede una rica variedad de encuentros educacionales:  pleitos, violencia, amor, delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad privada, participación comunitaria, manipulación, decisiones en grupo, «centros» de poder, igualdad … Todo esto puede darse en el seno del hogar.»[50]

 

Sin embargo, estas realidades no son excluyentes.  Las influencias externas siempre se «cuelan» a través de los miembros de la familia y no en el vacío.  Los valores, o anti‑valores, de vida llegan a los hijos (y a los miembros de la familia en general) a través de los padres, en forma directa o indirecta.  De hecho, la enseñanza más influyente es la de las actitudes, muy poco la de las palabras.  Vez tras vez los padres se extrañan del poco impacto de sus palabras.  Con dolor muchos descubren la razón: sus palabras contradicen sus actitudes y prácticas.  Los hijos sufren de la contradictoria pedagogía paterna: por un lado los mandatos (la comunicación no‑verbal, actitudes y acciones) y por el otro los contramandatos (comunicación verbal de lo que el hijo debe o no debe hacer).

 

Una madre, que sufría al ver la vida descarriada de sus dos hijas adolescentes, nos decía: «‑‑)Por qué nos han hecho esto, si nos hemos preocupado por instruirlas en los caminos del Señor?»  Y era cierto, era una de esas familias cuya «fidelidad» se mostraba aún en la práctica del «culto familiar».  Participaban en la mayoría de las actividades de la iglesia.  Sin embargo, una charla más extensa con toda la familia demostró el otro polo del asunto.  Había una comunicación consciente:  «ve al templo; lee tu Biblia …»  Pero también existía la otra comunicación:  la relación de los padres, su contacto con las hijas, los valores inculcados en las prácticas «no‑religiosas» llevadas a cabo fuera del ámbito de lo «religioso», la disciplina permisiva, la televisión, las lecturas indiscriminadas en el hogar.

 

Hay que reconocer, en primer lugar, que «las voces de la serpiente» invaden subrepticiamente nuestros hogares, como invasoras invisibles, a través, tanto de los miembros de la familia como de los enseres y objetos que están en ella.

 

  1. Encabeza la lista, la televisión. Pedagogos, psicólogos y religiosos, coinciden en señalarla como la formadora y, más de las veces, «deformadora» de pensamientos y conducta.

 

Sobre algunos de los puntos anotados anteriormente, un reporte de Times (del 12 de junio de 1989, pp. 52-58) dice: En un estudio que duró 22 años, los investigadores siguieron la vida de 875 niños a partir del tercer grado escolar.  Uno de sus descubrimientos fue que aquellos que miraron el mayor número de programas violentos en televisión, para la edad de 19 años ya habían desarrollado una conducta agresiva y violenta.  A los 30 años, la violencia era un «modus vivendi»: habían sido sentenciados por algún crimen, habían cometido muchas violaciones al reglamento de tránsito o habían maltratado y abusado de sus esposas.

 

Otros peligros y perjuicios de la televisión: disminuye el diálogo y comunicación entre los miembros de la familia; incita al aislamiento familiar; deteriora la iniciativa y la creatividad; hace que se pierdan costumbre y tradiciones valiosas: pintura, filatelia, correspondencia, etcétera; destruye el espíritu inquisitivo del niño porque lo hace un receptor pasivo; induce la mala salud porque mantiene alejado a los niños del ejercicio físico y los deportes.

 

  1. Otro de los invasores del hogar es la música, tipo rock metálico, que presenta como actos normales la violación sexual, el homicidio y el control inhumano de la voluntad del otro.

 

  1. La escuela también se convierte en un invasor del hogar, cuando se permite que esa sea la educación integral de nuestros muchachos: que ella induzca la vocación, la ética profesional y las prioridades en la vida.

 

  1. En general, el estado, las grandes empresas y los medios de difusión nos dice qué debemos producir, a quién debemos de creer y nos ordenan qué comer, vestir y hasta dónde vacacionar.

 

  1. Otro de los «invasores» invisibles del hogar son los «amigos» y las influencias que ellos ejercen, especialmente, sobre los hijos. La presión del grupo es tan fuerte, que la conducta del muchacho se ve afectada de manera radical.  Hay una gran diferencia entre lo que se atreve a hacer un chico/a solo que cuando está acompañado por su «grupo».  La decisión de usar tal o cual marca de ropa, reloj, zapatos, etcétera, o de escuchar tal o cuál música, depende en gran medida de la presión social del grupo al que el muchacho pertenece.  Si el grupo fuma, o toma, o entra en prácticas sexuales, el muchacho se ve presionado a hacerlo, so pena de quedar relegado y aislado.  En muchos casos, la presión se vuelve severa, porque hay amenazas de por medio.

 

Es aquí donde Deuteronomio 6.4‑9 nos «da la mano» para obtener pautas que ayudarán en la búsqueda de la solución.

 

A semejanza del momento histórico particular de este pasaje bíblico, nuestra situación actual nos señala al hogar como el lugar más lógico para la formación de la vida cristiana.  Allí, las relaciones intergeneracionales son más espontáneas y significativas; los momentos pedagógicos más variados y ricos.  Se tiene la oportunidad de recibir la enseñanza en forma «académica», a la vez que de la experiencia y el ejemplo.  Si bien los padres son los sujetos principales de la educación, se abre toda una variada gama de oportunidades y posibilidades para que otros miembros de la familia también lo sean.  Se pasa más tiempo aquí que en los centros de instrucción religiosa.  En el hogar, inclusive la doctrina más académica y esotérica tiene la oportunidad de convertirse en desafío y estilo de vida.

 

 

Es necesario admitir que todo intento de mantener al templo y al domingo como el lugar y el tiempo para la educación de la vida cristiana ha fracasado y seguirá de igual modo.  La Educación Cristiana clásica se ha manifestado incapaz de ser obediente al mandato bíblico y de dar respuesta a las necesidades actuales.  Desde los centros de educación teológica se tiende una línea hasta los hogares, pasando por los templos, de una educación cristiana intelectualista y teoricista.  Basta observar el currículo de la mayoría de nuestros seminarios para darse cuenta de tal hecho.  Seminarios e iglesias, maestros y pastores, se han convertido en presas del sistema educativo de escuelas y universidades del mundo actual.  La información es lo importante, no la formación.  Currículo y clases se han dividido por edades en la Escuela Dominical.  Las actividades semanales generalmente se programan teniendo en mente a las diferentes edades y sexos: sociedad de damas, de caballeros, de jóvenes, de intermedios, de niños.  En la mayoría de las iglesias, el culto dominical principal está diseñado de tal manera que los niños no quepan en él.  ¿Existe una actividad significativa que involucre a la familia entera?  Por lo general la respuesta es negativa.  Ante tal estructuración no es difícil entender por qué los padres hallan tantos problemas para «transmitir» hacia el hogar la fe que aprenden en el templo.  Se ha perdido la visión bíblica, el templo no es el punto de partida de la vida cristiana, sino el hogar.

 

¿Qué hacer entonces?  He aquí algunos principios a seguir, tomando en cuenta las pautas establecidas en el pasaje:

 

  1. Luchar porque iglesias y familias se conviertan en centros donde se enseñe una teología de contra-cultura. Unir testimonio bíblico y realidades actuales para inculcar el conocimiento y servicio de un Dios que aborrece las injusticias sociales, las marginaciones, el racismo, el sexismo y todo tipo de palabras y acciones que en su nombre subyuguen y deshumanicen a los semejantes.

 

  1. Hacer todo lo posible porque las familias y las iglesias desarrollen estrategias para contrarrestar a la cultura dominante –materialista, consumista e individualista– y busquen vivir de acuerdo a la enseñanza bíblica y al ejemplo de Cristo.

 

  1. Reconocer e insistir que la iglesia está formada, primordialmente, por familias, no por individuos.  Por ello debe estructurarse teniendo a la familia en mente y no solamente al individuo. Por ello la unidad familiar debe considerarse como el foco básico de la misión y la diaconía.  Familias sirviendo a otras familias, familias evangelizando familias.  Este concepto ayudará a destruir la idea de que en la iglesia los hombres son más importantes que las mujeres; de que los adultos son más importantes que los niños.

 

  1. Con esta estructura se toma en serio la centralidad de la familia como sujeto y objeto pedagógico.  Por consiguiente, ha de proveerse tiempo para enseñar y preparar a las células familiares.  Asimismo, el currículo ha de planearse teniendo en cuenta a las células familiares y proveerse guías para que los cristianos desarrollen su fe desde el hogar.

 

  1. Viendo así la Educación Cristiana, la enseñanza de los hijos está en relación directa a los padres.  Esto son los co-pastores más efectivos.  Así la educación deja de ser una simple aseveración intelectual y llega a ser desarrollo de vida responsable, inculcadora de valores bíblicos, instrumento de disciplina a través de experiencias de amor.  Los padres se ven desafiados a ser cristianos maduros.  Es una educación de vida para la vida.

 

  1. Con tal perspectiva, se entiende y experimenta con más facilidad el principio pedagógico de Deuteronomio 6.4-9.  «Estas palabras» son objeto de enseñanza en el ámbito total de la vida cotidiana.  La fe deja de ser una parte minúscula en el programa de vida y llega a entenderse como la vida total.  Así, ser cristiano deja de ser el resultado de una aseveración intelectual, de la afirmación de un credo o de la participación dominical en un lugar establecido, para convertirse en un estilo de vida, una nueva vida, que se manifiesta de manera más genuina en las horas más seculares y profanas de la vida cotidiana.  Ser cristianos es vivir sometidos al Señor, y sólo a él, las veinticuatro horas del día.

 

  1. Al tener a la familia como la base de la estructura eclesiástica, la programación de actividades y experiencias por edades, sexos y niveles académicos adquiere más significado.  Las líneas de relación interpersonales se enriquecen al permitirse tal variedad de experiencias, tanto generacionales como intergeneracionales.

 

  1. Una vida eclesial así vista, nos permite vislumbrar el culto dominical como una celebración familiar de alabanza.  En él nadie deberá sentirse extraño.  La Cena del Señor logra recobrar su fundamento bíblico.

     [1]Afirmación que ya se hacía en la Segunda Conferencia General de CELAM  (pp.57‑68) y que tanto CLADE‑II como III CELAM reafirmaron y expandieron.

     [2]Documentos del III CELAM‑Puebla (La Evangelización en el presente y el futuro de América Latina, Consejo Episcopal Latinoamericano), p. 19.  Véase también el trabajo de Enrique Guang T.  «La evangelización de la familia», América Latina y la evangelización en los años 80 (CLADE II), pp. 67‑73.

 

     [3]Las citas bíblicas son tomadas de la Nueva Biblia Española (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1976).

     [4]Interpreter’s Dictionary of the Bible, vol. 2 (editado por G.A. Buttrick, New York:  Abingdon Press, 1963), p. 238. (IDB‑2)

     [5]Ex. 20:12 (cf. Dt. 5:16); 21:15,17; Dt. 27:16; Lv. 20:9; Mal. 4:6; Prov. 10:1; 15:5, 20, 32, 33; 30:17; Sal. 44.1; 78:3‑4; Prov. 1:8‑9; 6:20‑22; 13:24; 23:13‑14; 31:26; y muchos más.  Véanse también las obras de H.W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento (Salamanca:  Ediciones Sígueme, 1975), pp. 213‑250; Roland de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento (Barcelona:  Ed. Herder) y William Barclay, Train Up a Child.  Educational Ideals in the Ancient World (Philadelphia: Westminster Press, 1959), 288 pp.

     [6]IDB‑2, p. 240.

     [7]IDB‑2, p. 238.

     [8]IDB‑3, p. 665.

     [9]Cf. Martin Noth, The Deuteronomistic History (Sheffield:  Journal for the Study of the OT Supplement Series, 15, 1981), 153 pp.

     [10]Gerhard Hasel, Old Testament Theology:  Basic Issues in the Current Debate (Grand Rapids:  Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1975), pp. 95, 96.

     [11]Gerhard von Rad, Studies in Deuteronomy (Chicago:  Henry Regnery Co., 1953) p. 12.

     [12]Elizabeth Achtemeier, Deuteronomy, Jeremiah.  Proclamation Commentaries (Philadelphia: Fortress Press, l978), p. 19.

     [13]Muchos estudiosos han demostrado que el Dt. procede originalmente del Norte, ya sea ligado a un partido profético (Nicholson) que lo llevó al Sur en 722 a.C. o ligado a los levitas (von Rad).  Achtemeier, p. 36.

     [14]Jacques Briend, El Pentateuco (Estella:  Editorial Verbo Divino, 1978), p. 35, señala que en tiempos de Ezequías hubo una gran actividad literaria y varios libros y tradiciones literarias afines al Dt. se escribieron, compilaron o fusionaron.

     [15]La erudición bíblica casi unánimemente ha señalado que nuestro actual libro del Dt., casi en su totalidad estuvo presente en el siglo VIII a.C. en Judá.  Allí está la audiencia a quien básicamente se dirige el contenido del libro.

     [16]Después de 587 a.C. el historiador deuteronomista incorporó el Dt. como parte de la gran historia de Israel.  A esta etapa pertenecen los capítulos 1‑3; 31:1‑13; 34.  Cf. Briend, p. 36.

     [17]von Rad, Studies, p.70.

 

     [18]von Rad, Studies, p. 70.

     [19]Brevard S. Childs, Introduction to the Old Testaments as Scripture (Philadelphia:  Fortress Press, 1979), p. 212.

     [20]G. Ernest Wright, «The Book of Deuteronomy», The Interpreter’s Bible, vol. 2 (ed. G.A. Buttrick, New York:  Abingdon Press, 1953), p. 312.

     [21]William L. Holladay, A Concise Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Grand Rapids:  Wm. B. Eerdmans, 1971), p. 388.

     [22]Achtemeir, p.13s.

     [23]H.W. Wolff, p. 121:  «Sólo en los apartados que sirven de marco a la ley deuteronómica (4:44‑30; 20) aparece hayyom 35 veces, hayyom hazza 6 veces, y en el cuerpo mismo de la ley (12‑26) se usa hayyom 9 veces y hayyom hazza una vez.  En total el Dt. emplea 58 veces hayyom y 12 veces hayyom hazza, o sea, 70 veces.»

     [24]Briend, p. 45.

     [25]H. W. Wolff, p. 122.

     [26]H. W. Wolff, p. 123.

     [27]Véase el uso de b’r en el Dt. (1:5; 27:28).  Cf. Childs, p. 212.

     [28]Cf. A.D.H. Mayes, Deuteronomy, New Century Bible (London:  Oliphants, 1979) pp. 33‑34; E.W. Nicholson, Deuteronomy an Tradition (Philadelphia:  Fortres Press, l967), p. 46; Dean McBride, «The Yoke or the Kingdom».  An Exposition of Deuteronomy 6:4‑5″, Interpretation (27, 1973), p. 288.

     [29]Esta es, según los biblistas, la sección más antigua del libro.

     [30]Childs, p. 2l9.

     [31]Ambas, según Noth (pp. 13,35), en gran parte aparecen en el exilio; cf. Achtemeier, p. 19.

     [32]Childs, pp. 214‑215.

     [33]Childs, p. 219.

     [34]Von Rad señala, junto con otros, que las exhortaciones halladas aquí, especialmente las partes con la segunda persona en singular, pertenecen al estrato original del Deuteronomio.

     [35]Von Rad, Studies, p. 71; Nicholson, p. 46.

     [36]McBride, Interpretation, p. 288.

     [37]Felix García señala que cuando, en el hebreo, el término «palabras» es precedido por el demostrativo «estas», siempre se refiere a cualquier cosa concreta expuesta en el contexto inmediato anterior.  «Deut., VI et la Tradition‑Redaction du Deutéronome», Revue Biblique (86, 1979), pp. 164s.

     [38]Los verbos principales, todos en futuro de indicativo, están sintácticamente unidos al primer verbo (en imperativo) a través de la conjunción «y» (waw).  Esta secuencia, de acuerdo a la gramática hebrea, hace que todos los verbos en indicativo se entiendan en imperativo.  Cf. Lambdin, Introduction to Biblical Hebrew (New York:  Charles Scribner’s Sons, 1971), p. 119.  La versión popular, Dios habla hoy, siguiendo este hecho, traduce todos estos verbos en imperativo.

     [39]De hecho todo el Deuteronomio y el trabajo del deuteronomista descansan sobre la noción de la singularidad total de las relaciones entre Yahvé y el pueblo:  un solo Dios, un solo templo, una sola ley, una sola tierra, un solo pueblo.

     [40]Wright, p. 373.

     [41]Como se le ha llamado «le document biblique par excellence de l’agapan».  W.L. Moran, «The Ancient Near Eastern Background of the Love of God in Deuteronomy», Catholic Biblical Quaterly (25, 1963), p. 77.

     [42]Wright, p. 373.

     [43]Cf. nuestro artículo «amor», El Fanal:  Relaciones humanas (publicaciones El Faro, México, 1979).

     [44]García, pp. 177s.

     [45]Cf. Dt. 4:3, 15‑40; 5:7‑10; 7:4, 5, 16, 25; 8:19; 9:12, 16; 10:20, 21; 11:16, 28; 27:15; 28:14; 29:17, 18, 26.

     1     Guía del Tercer Mundo 91/92: Países y temas del mundo vistos desde el Sur, Instituto del Tercer Mundo, Montevideo, 1990, p. 136.

     2     González, pp. 176-177.

     3     Angel González, El libro de los Salmos (Barcelona: editorial Herder, 1966), p. 544.

     [46]Ya han aparecido varios estudios al respecto.  Cf. Miranda, Marx y la Biblia (Salamanca:  Sígueme, 1972); José Luis Sicre, Los Dioses olvidados (Madrid:  Ed. Cristiandad, 1979); Colectivo, La lucha de los dioses (San José:  Departamento Ecuménico de investigaciones, 1980).  Sin embargo la tarea todavía está en la época de descubrimiento y desarrollo.  Faltan trabajos desde una perspectiva más popular y dirigido a nuestras iglesias.

     [47]Varias son las monografías y estudios que han surgido en América Latina y Estados Unidos en los que se habla de los falsos dioses, ídolos y fetiches del sistema.  Cf. Miguez Bonino, Espacio para ser hombres (Buenos Aires:  Tierra Nueva, 1975); R. Alves, Hijos del mañana (Salamanca:  Sígueme, 1972); W. Stringfellow, An Ethic for Christians & Other Aliens in a Strange Land (Waco:  Word Books Publisher, 1973).

     [48]Leichter (Ed.), The Family as Educator (New York:  Teachers College Press, 1974).

     [49]Leichter, p. 25s.

     [50]Leichter, pp. 1, 3, 9.